Entrevista a Juan José Tamayo: teología desde la frontera (segunda parte)

14 de Octubre de 2023

[Por: Jesús Lozano]




Juan José, tenemos una maravillosa amiga en común que, además, es mi directora de tesis: Teresa Oñate. No quiero dejar pasar la ocasión sin preguntarle por ella como persona y como filósofa. 

 

JJT. Cierto, Teresa Oñate es una entrañable amiga y muy respetada colega dentro de la comunidad filosófica. Con ella vengo compartiendo diálogos filosófico-teológicos muy sugerentes y encuentros interdisciplinares muy creativos en Metalibrería, librería de filosofía y ensayo, donde lleva a cabo conferencias y presentaciones de libros que convocan a un numeroso público interesado por la filosofía. Gracias a sus actividades y a las de otros pensadores y pensadoras, cuya lista sería interminable, Metalibrería se viene prestigiando desde hace más de una década hasta ser reconocida como la Casa de la filosofía, que, según algunos profesores, genera más vocaciones filosóficas que las Universidades. ¡Todo un reconocimiento a la gran labor que lleva a cabo en la del pensamiento crítico liberador!    

 

La catedrática Oñate es una de las pensadoras que mejor conoce la historia de la filosofía, de los presocráticos a Vattimo, de Aristóteles a Heidegger, de Parménides a Nietzsche. Recorre dicha historia con rigor en sus textos a través de las autoras y los autores más significativos de todas las épocas y de todas las tendencias. Destaco dos características de su largo itinerario filosófico. 

 

La primera: es una excelente comentarista, no en el sentido escolar de la persona que se limita a glosar los textos de los maestros repetitivamente y sin un ápice de creatividad, sino en el sentido clásico y más noble de la palabra: quiero decir, en la mejor tradición de los grandes comentaristas del Medievo: Tomás de Aquino, Averroes, Maimónides, Avicena, Avempace… ¿Exagero? Ahí están para demostrarlos sus libros, entre los que destaco Para leer la metafísica de Aristóteles en el siglo XXI. 

 

La segunda característica es que, gracias a sus amplios, profundos y rigurosos conocimientos de los pensadores y pensadoras de todos los tiempos, les pone en diálogo fecundo y enriquecedor, les plantea preguntas e interpreta conforme a una racionalidad no instrumental, sino sensible, utópica, cordial, dialógica. Cito, como ejemplos, el diálogo que establece entre filósofos contemporáneos como Nietzsche, Gadamer, Heidegger, Ricoeur y Vattimo, el diálogo de Nietzsche con la posmodernidad o la filosofía griega de lo divino con la posmodernidad. En este sentido creo puede definirse el pensamiento de Oñate como filosofía dialógica. 

 

Especial relevancia tuvo su vinculación con el filósofo italiano Gianni Vattimo, recientemente fallecido, durante cuarenta años. De él ha sido traductora, editora, hermeneuta y discípula y a él le considera el filósofo más relevante de las últimas décadas. Cree que “la gran tradición de la filosofía occidental desemboca en Vattimo”. Destaca la capacidad del filósofo italiano para cruzar conceptos como el de “catocomunista”, que le permite destituir al catolicismo y al comunismo de su carácter dogmático y totalitario. Hay todavía un aspecto personal a destacar en la relación Oñate-Vattimo: “Yo -afirma la filósofa- he podido recuperar la fe gracia a un rojo homosexual”.

 

Teresa Oñate reconoce que el vínculo más profundo con Vattimo fue la izquierda heideggeriana y nietzscheana, su puente de esperanza entre Gadamer y el Aristóteles Griego y su tarea en común “denunciar la violencia y la alienación donde la haya, procurar su alteración crítica y alternativa pensando en ‘lo otro’, ‘lo diferente’ oprimido, silenciado o explotado, la brutalidad del Positivismo historicista y desarrollista hegemónico en todas los lugares arrasados por el capitalismo del ‘inmundo’”.  

 

Tiene usted una gran cantidad de publicaciones y ponencias muy interesantes que tratan el tema de la laicidad, la religión, la interreligiosidad y la interculturalidad. En principio, podría parecer un potaje no apto para todos porque a muchos les puede dar una indigestión... Me gustaría hacerle dos preguntas al respecto: ¿cómo hace para vivir y mantenerse en la frontera entre la laicidad y el cristianismo y “no partirse”? ¿Es su postura dialogante con el mundo, la sociedad y las creencias (o increencias) fruto de su fe o de su falta de fe? Perdone por el tono irreverente de la pregunta pero así, quizá, pueda verse mejor la trascendencia de la cuestión. 

 

JJT. Ese es el problema, amigo Jesús: que trabajar la interreligiosidad y la interculturalidad produce indigestión en no poca gente, incluidos algunos colegas nuestros, que, encerrados en la burbuja de su propia disciplina y en el caparazón de su corriente filosófica, teológica y cultural, no son capaces de abrirse a nuevos horizontes interdisciplinares, interculturales, interreligiosos, interétnicos e interoculares. 

 

Prefieren mirar en una sola dirección, recluirse en su estrecho mundo académico y vital y presumir de ser especialistas en un solo campo de estudio, docencia e investigación a contaminarse con otros saberes y disciplinas que les liberen de su autismo disciplinar. Les falta oxígeno para respirar otros aires y apertura mental para conocer otras maneras de vivir, de pensar y de actuar. 

 

Recuerdo haber leído en la década de los 80 del siglo pasado un libro de los hermanos Boff, teólogos brasileños de la liberación, que el teólogo que solo sabe teología y carece de conocimiento interdisciplinares, no puede hacer buena teología. Y es verdad. Los teólogos que se recluyen en su disciplina teológica sin relación con otras áreas de conocimiento terminan haciendo discursos tautológicos que no interesan más a que a la gente del gremio religioso. 

 

Yo creo que hay que sacar a la teología -ahora me refiero a la cristiana- del ámbito eclesiástico y situarla en diálogo con los saberes y las experiencias más significativas de nuestro tiempo, Solo así puede cobrar la relevancia y la significación que tuvo en otras épocas históricas.  

 

Yo he tenido la suerte de enseñar durante más de dos décadas en una universidad pública, la Carlos III de Madrid, en una “Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones”, que me ha posibilitado dialogar con los diferentes saberes y disciplinas sin abandonar el campo de la teología. Y, a decir verdad, he podido dignificar esta disciplina, tan injustamente desacreditada en el ámbito académico, situarla en el lugar que le corresponde en el concierto de los saberes, vincularla con las ciencias sociales y jurídicas, con las humanidades e incluso con las ingenierías. El enriquecimiento ha sido enorme para la teología, para el alumnado y el profesorado y para mí.  

 

En la Universidad Carlos III de Madrid el alumnado que no cursa el grado de Humanidades, tiene que hacer seis créditos de esta materia. Yo los ha impartido en todas las facultades con excelentes resultados para el alumnado y un buen aprendizaje para mí. Recuerdo que varios años me pidieron que impartiera un curso de Humanidades al alumnado de la Ingeniería Aeroespacial. El tema que propuse fue el de las Religiones Monoteístas, convencido de que contaría con un grupo muy reducido.  

 

Me equivoqué de punto a medio. Aun siendo de libre elección se matricularon cuarenta y cinco estudiantes. Con el aula llena y el alumnado expectante empecé la clase de esta guisa: “Me imagino que al no haber encontrado a Dios en el espacio os habréis matriculado en esta asignatura para ver si yo os ayudo a encontrarlo”. Risas generalizadas por tan sarcástico comienzo. Lógicamente no se me ocurrió preguntar si eran creyentes o no creyentes: ni podía ni debía ni quería. El curso fue excelente. El alumnado mostró un extraordinario interés por el tema, participó en los coloquios exponiendo sus inquietudes, sus dudas y también sus convicciones con intervenciones muy lúcidas. Al final del curso presentaron sus excelentes trabajos en clase. 

 

Me preguntas cómo vivir y mantenerse en la frontera entre la laicidad y el cristianismo y “no partirse”. Pregunta muy pertinente que no quiero eludir. Empiezo por decir que mi lugar ha sido siempre la frontera. En 2006 mi hijo Roberto Tamayo Pintos hizo una selección de artículos míos que publicó en un libro con el título de Desde la heterodoxia. Reflexiones sobre laicismo, política y religión (Ediciones del Laberinto, Madrid, 2006). En su prólogo escribió: “La orientación de los artículos tampoco admitía duda: desde la heterodoxia, que es la actitud, el método, el modo de pensar, el modo de existir y la manera de estar de Juan José Tamayo en el mundo. Por eso hemos elegido esta palabra para el título de común acuerdo. Él-seguía mi hijo- suele citar a menudo la frase que el filósofo Ernst Bloch coloca en el frontispicio de su libro Ateísmo en el cristianismo: “Lo mejor de las religiones es que crea herejes”.

 

Frontera y heterodoxia: esa es mi identidad. Acertó de lleno. Diría más: la frontera es el lugar de encuentro de las diferentes identidades hasta superar la identidad singularista y conformar una inter-identidad solidaria. Con frecuencia suelo sacar de sus casillas a personas que tienen una imagen estrecha de lo que y debe es un teólogo y una teóloga. Hay que gente que me pregunta cómo es posible que siendo de Palencia piense lo que pienso, diga lo que digo y escriba lo que escribo, refiriéndose a mi pensamiento crítico y a mi heterodoxia teológica, a mi militancia  . Pareciera que tendría que haber una especie de “determinismo geográfico”, que debe marcarte de por vida. 

 

Bueno, eso por una parte. Por otra, qué es eso de identificar una tierra con una determinada ideología y aplicarla a todos y cada uno de sus habitantes como si se trata de un colectivo uniforme en la manera de pensar, de vivir y de actuar, cuando la pluralidad de los habitantes se traduce en un pluriverso cultural, ideológico, político y religioso, enriquecedor.  Estamos claramente ente estereotipos y prejuicios que nada tienen que ver con la realidad.  

 

Hecha esta precisión, respondo a la pregunta si el cristianismo y el laicismo son incompatibles. Y mi primera aseveración es “no”. El cristianismo no es obstáculo para la defensa del laicismo ni en la teoría ni en la práctica. Intentaré explicar el porqué. El cristianismo nació como una religión laica.  Jesús de Nazaret, su inspirador, fue un judío laico, crítico de los poderes religioso, político, económico, patriarcal y político, de los lugares sagrados, de los tiempos sagrados, de las personas sagradas, de las acciones sagradas. 

 

Puso en marcha un movimiento laico e igualitario de hombres y mujeres en el que incorporó a los paganos, que hasta entonces estaban excluido del reino de Dios, a las mujeres, a quienes se les negaba el derecho a la ciudadanía y el acceso directo a la divinidad, a la gente fuera de la ley, a quienes se consideraba fuera de la religión, a los publicanos, que eran calificados de colaboracionistas del Imperio romano por dedicarse a cobrar los impuestos destinados al poder opresor, y así sucesivamente. 

 

El cristianismo primitivo vivió separado del Imperio romano y nunca buscó su reconocimiento como religión oficial, menos aún sus favores. Todo lo contrario: se mostró crítico con él. Y precisamente por eso los cristianos y las cristianas fueron perseguidos. El Imperio, que se mostraba tolerante con la religión judía como nación sometida y con los cultos de otros pueblos dominados, actuaba de manera intolerante con el cristianismo, al que persiguió con extrema dureza. Los cristianos eran considerados ateos (atheoi) por no adorar a los dioses de Roma, rechazar el culto al Emperador y no reconocerlo como Señor. Para ellos solo Jesucristo era el Señor (O Kyrios). 

 

En ese clima, la libertad religiosa era uno de los principios fundamentales del cristianismo primitivo basado tanto en el propio ser humano como en la naturaleza de la religión, que implica la libertad de toda coacción para creer. La formulación más nítida de la libertad de conciencia es la que ofrece Tertuliano, que teológicamente no era precisamente un ejemplo de tolerancia: 

 

“Es un derecho humano fundamental, un privilegio de la naturaleza, que todos los seres humanos procedan de acuerdo con sus propias convicciones. La religión de una persona ni perturba ni ayuda a otra. No está en la naturaleza de la religión que se imponga por la fuerza”   

 

Diría más: la secularización, que incluye el laicismo, no es enemiga de la concepción cristiana del mundo, sino que se encuentra en su misma entraña y es una exigencia interna e ineludible del cristianismo. Frente a quienes consideran que el cristianismo tiene que estar en lucha constante contra la secularización, el teólogo alemán Johann Baptist Metz defiende todo lo contrario. La secularización del mundo, afirma, "tal como surgió en el moderno proceso de secularización y tal como se nos encara hoy día de forma globalmente más aguda, ha surgido en su fondo, aunque no en sus distintas expresiones históricas, no como algo que va contra el cristianismo, sino como algo que nace por medio del cristianismo. Es un acontecimiento originalmente cristiano"[1].

 

Metz no se limita a hacer estas afirmaciones a humo de pajas, sino que las fundamenta teológicamente. El Dios del judaísmo y del cristianismo es Dios de la historia y la fe es la respuesta a la revelación y actuación históricas de Dios. La trascendencia de Dios no hay que situarla en el más allá y por encima de la historia, no es una trascendencia espacial celeste, sino que es “lo que está a nuestro lado y fuera de nosotros, el futuro o cercanía inmediata al ser humano”. 

 

Dios no está ‘sobre’ la historia, sino en la historia, situándose también incesantemente ‘ante ella’, como su libre futuro, como un futuro del que no se puede disponer”[2]. Dios es Emmanuel, “el Dios de la hora histórica”, que asume el mundo en su hijo Jesús de Nazaret. Su aceptación es sincera y auténtica, pero en clave dialéctica, es decir, en actitud de protesta y teniendo en cuenta las contradicciones que ofrece el mundo. 

 

Por lo que se refiere al laicismo -prefiero utilizar esta palabra a la de “laicidad”-, hay una tendencia a confundir esta palabra como relativismo moral, ateísmo o agnosticismo, y a identificar laico con persona agnóstica, atea o no religiosa, y Estado laico como Estado ateo y perseguidor de la religión. Esta confusión, más extendida de lo que aparece, lleva a las religiones a oponerse al laicismo y a combatirlo como enemigo.  Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. 

 

El punto de partida del laicismo es la libertad de conciencia como derecho fundamental enraizado en el ser humano. De él emanan tanto la libertad de tener creencias religiosas o de no tenerlas. Las creencias y no creencias religiosas son opciones personales y libres que no pueden imponerse ni por coacción política, ni por imperativo legal, ni por la presión social. El sujeto de las creencias y de las no creencias son las personas, no las instituciones. Por tanto, hay que excluir, por ejemplo, la existencia de instituciones públicas tanto ateas como confesionales.

 

Todas las realidades: la política, el pensamiento, la conciencia, el arte, la naturaleza, la ciencia, la cultura, son autónomas y no están sometidas a sistema alguno de creencia e increencias.  Poseen valor y sentido por sí mismas sin necesidad de legitimación religiosa alguna. Los Estados deben mantener una escrupulosa neutralidad en materia de creencias y no creencias religiosas, como lo tienen en materia de concepciones filosóficas, cosmovisiones, ideologías, etc., y no conceder privilegios o trato de favor a unas sobre las otras alegando razones históricas, sociológicas, culturales o simplemente de mayorías y minorías.    

 

La consecuencia es la no confesionalización de ninguna de las realidades humanas y de la naturaleza. En otras palabras, el laicismo defiende la separación entre religión y política, comunidad política y comunidad religiosa, ética cívica y ética religiosa, legislación política y legislación religiosa, pecado y delito, derecho civil y derecho religioso.  La función del Estado laico es defender la igualdad de todas las religiones ante la ley, posibilitar su libre ejercicio y evitar cualquier tipo de discriminación o privilegio. Nada que ver, por tanto, con la acusación de perseguir, eliminar o discriminar a las religiones y, entre ellas, al cristianismo.

 

Eliminadas las confusiones lingüísticas interesadas y considerado el cristianismo como religión laica, creo que las personas y las diferentes instituciones cristianas deben apoyar el Estado laico como el marco político, cívico y jurídico más adecuado e inclusivo de las diferentes ideologías políticas, creencias e increencias religiosas y constituye la mejor garantía para el reconocimiento y el ejercicio de la libertad religiosa y de la libertad de conciencia. 

 

La jerarquía católica española debe renunciar a sus posiciones a veces de trinchera, a su lenguaje en algunos casos insultante y a su comportamiento con frecuencia contrario al laicismo y al Estado laico, porque este no atenta contra las creencias religiosas individuales y comunitarias, ni va contra el cristianismo como institución, ni le impide realizar sus actividades, ni le arrincona en la esfera privada, ni le encierra en la sacristía. 

 

Todavía quiero hacer una matización. No podemos quedarnos con el laicismo como marco político y jurídico porque el marco es eso, un marco que debe traducirse en un proyecto que aúne libertad, igualdad, justicia y solidaridad en una democracia participativa en todos los ámbitos, y en un modelo de sociedad que defienda la integración social y luche contra las desigualdades de todo tipo: culturales, étnicas, de género, de clase, de identidad sexual. De lo contrario, el laicismo será un marco político y jurídico sin contenido social real o, peor aún, con un contenido discriminatorio legitimado políticamente.

 

Entre cristianismo y laicismo no hay frontera, sino continuidad, complementariedad y mutuo enriquecimiento. Sin laicismo el cristianismo se convierte en una religión autorreferencial sin relevancia social alguna.  Lo que aporta el cristianismo al laicismo es el horizonte ético de la opción por los pobres, de la compasión con las víctimas y de la gratuidad. Yo estoy ubicado -no instalado- en el laicismo. ¿En qué otro lugar puede estar una persona respetuosa e inclusiva de la diversidad política, cultural, religiosa, étnica e ideológica?

 

 

[1] Johann Baptist Metz, Teología del mundo, Sígueme, Salamanca, 1970, p. 21.

[2] Ibid., p. 25. 

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