Uruguay: La inmensidad de una mirada (o cuanto más orgánico más grande)

21 de Febrero de 2018

[Por: Francisco José Bosch]




[Durante todo el año 2017 realizamos mingas de teología popular en seis países de NuestrAmérica. Comienzan ahora la entrega de crónicas de esos encuentros. El objetivo es claro: luego de haber presentado problemas sobre el sujeto, el método y el oficio de la teología, queremos ahora señalar el ‘imposible objeto, la enorme tarea de abrazar el viento y bailar con el, sabiendo que nunca podremos cazarlo. La mirada en el misterio de lo oculto, lo pequeño, lo sencillo Dios en nuestras comunidades… Sean estas crónicas una muestra de ello.]

 

Un hombre y una mujer se miran. Ambos pintan canas blancas. Ambos tienen más de 30 años de caminar en comunidades eclesiales de base (CEB) en el Uruguay. Uno es hombre, la otra es mujer. Se sostienen la mirada durante más de 15 minutos, sentados, con una proximidad marcada por el contacto de sus cuatro rodillas. Las lenguas están quietas y las miradas toman la palabra. Dos ancianos en un pequeño salón, de una histórica parroquia de Montevideo, en un país marcado por la secularidad y la alta edad de sus comunidades. Con tanto por contar, nos atrevemos a narrar una mirada. 

 

Preparar la el clima para mirar-nos

 

La minga de teología popular del 24 y 25 de junio, espacio donde se mezclaron las miradas, no fue el primer lugar de encuentro que tuvimos con las CEB de Uruguay. Tres meses antes  tuvimos una reunión, un domingo por la tarde: la articulación de comunidades de Montevideo, algunos miembros de comunidades, algunos curas que las acompañan y yo. 

 

Una reunión de dos horas donde jugamos, nos escuchamos, compartimos anécdotas del paso de Dios por nuestras comunidades y finalmente escucharon la propuesta de formación de escuchadores. Luego presentaron entusiasmos y precauciones: una propuesta que no aportará al camino que ahora estaban realizando las comunidades no sería aceptada. 

 

Volví a argentina esa misma noche con la sensación de que no arrancaría el barco de esta auto-formación en Uruguay. A pesar del entusiasmo con el que había sido acogida la propuesta, los reparos eran varios: ‘las comunidades tienen unos ejes ya delineados para este año’, ‘las comunidades están en diferentes momentos cada una’, ‘estamos resinificándonos, difícil poder mirar nuestra praxis ahora’, etc., etc., etc…

 

De todas formas yo me había quedado sorprendido por lo orgánico del proceso: cuidar las comunidades de no tirarle cualquier proceso encima (aunque venga de la articulación continental) me parecía muy sabia. Al tiempo de que ellos mismos identificaban la propuesta como una posibilidad para generar nuevos movimientos. La tensión entre cuidado y desafío se planteaba concreta en las CEB de Montevideo, con mucha historia y ansias de juventud. 

 

Dos meses después me llego un correo: aceptaban la propuesta, planteaban condiciones de posibilidad de tiempo y espacio, y se comprometían a realizar el proceso. Me volví a sentir sorprendido: un arranque dudoso puede ser quizás el mejor de los punta pie iniciales, para no dar pasos en falso. Así de orgánicos los primeros pasos en Uruguay.

 

Despertar la mirada

 

Y el día de la minga de teología popular llegó. Todxs invitadxs a traer sus saberes, a poner sus cuerpos, a escuchar las muchas palabras que resuenan en nuestras comunidades. Las muchas palabras quiere decir: las finitas, las graves, las carrasposas, las que se entrecortan, las que casi no se oyen. Eso de su boca, y mucho más de todos sus cuerpos. 

 

Por eso despertar la mirada fue el primer momento: mover el cuerpo, ponernos a jugar. Fue un placer y un privilegio ver a personas de más de 60 años jugando entre ellos con la complicidad de los años y la fe. Pero el momento de gracia llego cuando pudimos acallar las voces:

 

Sentados de a dos, enfrentados con la mayor cercanía posible, las parejas realizarían un contorno ciego del rostro del compañero. Fueron 15 minutos de eternidad, por lo largo de ese lenguaje y por lo denso de los encuentros. 

 

Al terminar, uno de los participantes dijo: ‘Yo nunca había mirada a nadie así. Por tanto tiempo y de tan cerca. Tan de frente’… 

 

El taller continuo: cuerpo, mapas, texto, historia. Una hermosa telaraña histórica cruzó el salón que nos cobijaba. Allí estaban enredadas memorias personales, familiares y comunitarias: el paso de Dios por sus vidas era el hilo sagrado que unía esa telaraña y formaba comunidad en las tensiones reales del día a día. La música acompañó los diferentes momentos, y vale recordar como ‘Declaración de domicilio’ sirvió para pensar nuestro territorio sagrado (la compartimos junto al repositorio de canciones de ‘El grito descolonizador’, en https://soundcloud.com/el-grito-descolonizador/declaracion-de-domicilio). 

 

El taller cerró con el desafío de ir recogiendo las buenas nuevas de las comunidades, esas que acontecen en lo pequeño. Los que mucho han vivido saben que no hay nada de nuevo en ese paso hermoso de Dios por nuestras vidas comunitarias, pero el sentirse desafiados a narrarlas y redactarlas, fue una tarea que animó las despedidas.

 

Intimidad e inmensidad en una sola mirada

 

Volvemos a la imagen del comienzo de esta crónica: Dos ancianos en silencio se dicen todo con la mirada. Enfrentados con menos de un metro de distancia. Ninguno baja la mirada, ni la dispersas por los contornos del salón. Se miran, se sostienen la mirada, se tensa y se distiende en un juego de micro-gestos faciales. Hay un dialogo y ninguna palabra. 

 

Adolfo toma la palabra cuando compartimos sentí-pensares del ejercicio. Él dice: ‘Estar tan cerca, mirarnos tanto, esa intimidad me conecto con la inmensidad. Por eso me puse a rezar por ella mientras la mirada’.

 

Y así fue, como en un Junio cualquiera, en una iglesia cualquiera de Montevideo, dos seres humanos se miraron y la intimidad le enseñó a bailar a la inmensidad. Bellísima danza del alma.  

 

Cada paso, chiquito y en comunidad, preparó la mirada. Los milagros se construyen, de la mano. Las miradas se van pariendo entre hermanos.

 

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