Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos (Dt. 4, 32)

30 de Octubre de 2020

[Por: Armando Raffo]




El libro del Deuteronomio presenta a Dios invitándonos, por no decir que, desafiándonos, a descubrir su bondad y compromiso activo para con el pueblo. 

 

Por momentos la exhortación parece una queja o un reproche, como si el pueblo no reconociera o no percibiera el amor de Dios para con ellos a lo largo de la historia. En efecto, el texto en cuestión, luego de exhortar a mirar la historia del pueblo desde la constitución como tal en el Sinaí, le invita a percibir y reconocer su cercanía y compromiso para con ellos. En ese contexto hace preguntas retóricas como las siguientes: “¿Hay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz del Dios vivo hablando de en medio del fuego, y haya sobrevivido?(Dt. 4,33) La alusión al fuego puede remontarse a la experiencia de Moisés en el Sinaí cuando recibió la misión de sacar al pueblo de la opresión de Egipto (cfr. Ex. 3,2), así como a la constitución del pueblo como tal, que recibió las tablas de la Ley cuando Yahvé se hizo presente en el fuego (cfr. Ex 19, 18). 

 

El texto continúa recorriendo las bondades de Yahvé para con su pueblo y termina diciendo: “Reconoce, pues, y medita en tu corazón que Yahvé es el Dios allá arriba… Guarda los preceptos y los mandamientos que yo te prescribo hoy para que seas feliz tú y tus hijos después de ti …”(Dt. 4,39-40)

 

Obviamente, el “oír” al que alude el texto no se refiere a una voz que podría ser registrable por un grabador o un teléfono celular. Más aún, si se tratara de una voz tal y como la conocemos, es evidente que no habría modo de asegurar que sería la voz del mismo Dios. Más aún, si alguien dijera que oyó lo voz de Dios en sentido literal, pensaríamos que no estaría en sus cabales. Indudablemente, el “oír” al que se refiere el texto es el momento interpretativo propio de la fe del puebloque descubre una presencia viva y comprometida de parte de Yahvé y que es tan benévola como desafiante. En ese contexto hay que interpretar esa invitación del texto a preguntar a los tiempos antiguos. Hay que buscar y hay que interpretar.   

 

El texto invita a meditar de la mano del preguntar, como alentando la admiración ante la vida y la historia del pueblo. Admiración que había decaído y por eso viene el desafío: “Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos”, aludiendo al origen tanto del mundo (creación) como del pueblo como tal. Cuando la rutina y la consecución de los hechos se vuelven “normales” o “evidentes”, algo serio y negativo está pasando al ser humano. Cuando perdemos la capacidad de asombro, nos desconectamos de aquello que nos distingue del resto de los animales. Cuando se opaca la luz de nuestra mirada, perdemos perspectiva y cesan las preguntas para entregarnos a la mera rutina. Cuando dejamos de asombrarnos ante la existencia y la realidad, aplastamos la pregunta que todo ser humano, de una u otra forma, tiende a hacerse. Heidegger lo dijo así: “¿Por qué hay algo y no más bien nada?” En efecto, el ser humano es el único que se pregunta por el sentido de la vida y del universo. Bien podemos decir que aquel: “pregunta,pregunta…”es una invitación a mirar a fondo, a preguntarnos por los orígenes, por la historia que nos precede y por el sentido de la vida.

 

Pero el texto va más allá a través de aquella invitación-reprimenda, al decir que el pueblo de Israel había sido privilegiado cuando afirma: “Hay algún pueblo que haya oído como tú la voz del Dios vivo…”Evidentemente, además de invitar al asombro, propio del ser humano, el texto va más allá al recordarle que Dios les había hablado y orientado para vivir como un pueblo con la misión de ser bendición para todas las naciones: “Por ti se bendecirán todos los linajes de la tierra”(Gn. 12,3) 

 

El texto afirma que Dios se dejó oír, que se comunicó a su pueblo y que ello fue para que guardando sus preceptos tuvieran vida y felicidad tanto ellos, como sus descendientes y todas las naciones de la tierra.

 

Ahora bien, todo lo dicho no ocurre como una imposición, sino como algo que hay que descubrir. De ahí viene el “pregunta, pregunta” como diciendo: escudriña en la misma realidad y en la historia para descubrir a ese Dios que crea la vida y que alienta la vida del pueblo para que sea bendición.El punto de inflexión se encuentra en la admiración ante el ser en general, al decir de Heidegger, y ante el misterio humano en particular.

 

Escudriñar la vida misma y al ser humano, particularmente, debería provocar en nosotros la admiración y la pregunta honda por el sentido que entraña nuestro mismo ser. Más aún, detrás de bambalinas, el texto del Deuteronomio sugiere la presencia de un secreto que hay que descubrir de la mano de la admiración. Un secreto que no se desvela con la simple vista; es necesario detenerse y esperar. Se trata de demorarnos para dejarnos sorprender por la belleza, el misterio de la vida y la propia dignidad de todo ser humano.Escudriñar, así mismo, el secreto de nuestra misma condición de admiradores inquisitivos. Ese ser que se pregunta y admira es, él mismo, como un balbuceo agradecido al Dios de la vida.Allí, en el seno de la admiración demorada, podremos sentir como un susurro amoroso, invitándonos a percibir qué es lo que nos humaniza y por dónde se encuentra la felicidad.

 

Estamos en una época de efectos especiales, de novedades continuas, que se suceden con una rapidez inusitada y que nos mantienen entretenidos en el peor de los sentidos; es decir, que nos mantienen entre-tenidos, tenidos entre cosas y por los eventos que nos deslumbran como fuegos de artificio que acaban cegándonos. La aceleración nos obliga a saltar de una cosa a otra sin que podamos admirar nada a la espera de “oír” algo que nos hable de lo que verdaderamente importa. Cuando nos detenemos así, a preguntar y escudriñar sin prisas en lo antiguo y en lo nuevo, muy probablemente podamos vislumbrar la misión –bendición- que nos compete en medio de la historia.

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