Nacer de nuevo (1)

05 de Febrero de 2021

[Por: Armando Raffo]




¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? (Jn.3,4)

 

Esa es la pregunta que le hace Nicodemo a Jesús cuando le dijo que “el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios.” (3,3)

 

Cabe notar que el encuentro de Jesús con Nicodemo se narra al comienzo de lo que podríamos llamar la vida pública de Jesús. Después de las bodas de Caná, en Galilea, el evangelio de Juan nos dice que Jesús subió a Jerusalén para celebrar la Pascua de los judíos. Inmediatamente el texto narra la purificación del templo, es decir, el evento en que Jesús echa a latigazos a los vendedores y cambistas que estaban en el templo, y le indica a los que vendían palomas que las quiten de allí. Como era de esperar, se produce un tenso encuentro con los judíos que le preguntan por la autoridad con que había realizado aquellos desalojos y le piden algún signo que respaldase el atrevimiento que se había arrogado. Después de eso, el evangelio cuenta que muchos creyeron en Jesús a causa de los signos que hacía, aunque sabía que aquellas adhesiones no eran tan firmes como parecían. Es a continuación de eso que el evangelio de Juan presenta el encuentro con Nicodemo.

 

Nicodemo era fariseo y magistrado judío, es decir, uno de los referentes importantes de aquella época y autoridad para el pueblo judío. El texto ofrece un detalle no menor cuando afirma que Nicodemo fue de noche a ver a Jesús y que habla en plural, como dando a entender que hablaba en nombre de los demás fariseos, y que todos ellos reconocían cierta autoridad a Jesús: “Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar los signos que tú realizas si Dios no está con él.” (3,2)

 

En pocas palabras se ofrecen datos muy importantes. Algunos son claros e inequívocos, otros merecen una interpretación. ¿Por qué subraya el texto que Nicodemo fue de noche y, aparentemente, en nombre del grupo de los fariseos? Una interpretación muy aceptada es que va de noche para no ser visto. No quedaba bien que un fariseo respetable hablara con aquel galileo recién llegado a la ciudad, aunque ya hubiera levantado polvareda y seguidores entre la gente. Aquel grupo de celosos judíos que guardaban la ley de Moisés y que velaban para que el pueblo hiciera lo propio, estaba inquieto ante la presencia de ese galileo que se movía con autoridad y realizaba signos que remitían a Dios, tal y como ellos mismos reconocían. 

 

A partir de la respuesta de Jesús a Nicodemo se genera un diálogo que discurre por andariveles distintos. Ante la afirmación de Jesús: “el que no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios” (3,3), viene la pregunta de Nicodemo: “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?” La siguiente respuesta de Jesús debe haber despistado aún más a Nicodemo: “… el que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios.” (3,5) Y va a insistir en que hay que nacer del Espíritu que sopla dónde quiere, que se oye su voz y que no se sabe de dónde viene ni a dónde va. Todo ello aumenta el desconcierto de Nicodemo que, aparentemente, sigue pensando en términos más relacionados con la naturaleza y las relaciones humanas. Jesús se empeña en mostrarle que su actitud le impide percibir la novedad que le está ofreciendo. 

 

El evangelio de Juan es un texto muy elaborado y profundamente teológico. El diálogo antes aludido es una muestra de ello. Ahora bien, más que hacer teología sobre el texto, importa desentrañar las claves que va ofreciendo Jesús a Nicodemo para nacer de nuevo siendo viejo. Importa recordar que Nicodemo estará presente en el descendimiento de la cruz y que embalsamará el cuerpo de Jesús con una mezcla de mirra y áloe.  

 

Aquel diálogo que parecía de sordos, dejó algo en Nicodemo que le llevará a ser uno de sus discípulos. Nicodemo nacerá de nuevo tal y como Jesús le había propuesto, no en términos físicos, claro está, sino respecto de la orientación total de su vida. El proceso podría ser descrito de la siguiente manera: Nicodemo va a ver a Jesús porque hacía signos que remitían a Dios; aquellos signos movieron a muchos pero que anclaron en pocos. Nicodemo no entendió en aquel momento las palabras de Jesús, aunque las retuvo en su memoria. Probablemente, aquellas palabras fueron deslizándose hacia su corazón, no por ellas mismas, sino por lo signos que hacía Jesús; aquellos signos que delataban el apoyo de Dios y que muchos fariseos reconocían. Quizás intuyó que se trataba de dar el salto de la antigua Ley a la novedad del Evangelio.

 

El gran desafío que Jesús propuso a Nicodemo consistía en atreverse a renacer a lo nuevo que se acercaba en aquella persona que realizaba signos que no se explicaban por conveniencias, intereses u objetivos de corto plazo. La ausencia de intereses mezquinos o de brillos autorreferentes desconcertaba a los propios fariseos que, muy a pesar de ellos, reconocían algo puro, algo de Dios en aquella persona y en aquellos signos. Más aún, Jesús les propone renacer, hacerse nuevos, a partir del agua y del Espíritu; es decir, participar de la vida de la Iglesia. Hoy sabemos que esa afirmación sobre el agua y el Espíritu, hacía referencia al bautismo. Se trata de una clara alusión a la Iglesia que, para la época en que se acabó de redactar el evangelio de Juan, ya estaba dispersa y establecida en distintos lugares del Asia Menor.  La fe en Jesús y la novedad de su propuesta, así como el testimonio de la Iglesia a través de sus signos, es como la luz que deja ver la vida del Reino o la vida verdadera.

 

Bien podemos afirmar que “la carne” está recordando que las posibilidades naturales del ser humano no alcanzan para “renacer”. El anuncio del kerigma, la novedad que despierta e ilumina por su belleza, y que es pronunciada por la Iglesia a través de palabras y testimonios, despierta el deseo de renacer. Los signos verbales y existenciales de la Iglesia son los que pueden despertar el deseo de renacer del agua y del Espíritu. También importa recordar que los signos cristianos se apoyan en la entrega, en la capacidad de morir, como bien lo revela la Cruz. Por ese motivo, en el diálogo de Jesús con Nicodemo, está presente la Cruz como camino a la vida: “Y como Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre para que todo el que crea tenga en él vida eterna.” (3,14-15) Aunque parezca paradójico, los signos de la Buena Nueva, esconden su vitalidad en la capacidad de entrega, de morir a uno mismo por el bien de los demás.  

 

Así como Nicodemo se pone en marcha alentado por los signos que hace Jesús, el Evangelio de Juan desafía a la Iglesia a ser ese signo que despierta y moviliza. La Iglesia debe hacerse signo a través de palabras y hechos que por su novedad y calidad despiertan el deseo de renacer. 

 

Una buena pregunta a hacernos en nuestros días sería: ¿cuáles son los signos que la o las iglesias deben promover y cuidar para que se alumbre la novedad del Evangelio? ¿Cuáles son los signos que, como Iglesia o iglesias, según lugares y circunstancias, debemos promover y vivir de forma que susciten el deseo de nacer de nuevo? ¿Cuál es la belleza que hemos de cultivar en nuestras comunidades para significar algo que desafíe y confronte a la vieja y narcisista cultura dominante? Hay que renacer del agua y del Espíritu, es decir, participar en la Iglesia-comunidad para juntos realizar los signos que remiten a la vida verdadera y despierten en muchos el deseo de nacer de nuevo.  

 

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