Aún no habían entendido nada, ¿y nosotros?

09 de Julio de 2021

[Por: Armando Raffo, SJ]




Manda que en tu reino uno de mis hijos se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda” (Mt.20, 21)

 

El pedido que la madre de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, hizo a Jesús poco antes de que la sombra de la cruz comenzara a asomarse en el horizonte, despierta indignación y hasta cierto estupor: ¡cómo es posible que seguidores de la primera hora caigan en una tentación tan burda! ¿Qué imagen o concepto del Reino proclamado por Jesús impregnaba sus mentes y sus corazones? El asombro que causa aquel pedido que, dicho sea de paso, en el evangelio de Marcos es realizado por los propios hijos del Zebedeo, deja ver que todavía no habían entendido nada de lo que Jesús quiso comunicarles. La prédica y la misma convivencia con Jesús no había logrado modificar su forma de pensar respecto de Dios ni el Reino por él proclamado.

 

Aquel pedido de la madre de los hijos del Zebedeo revela la presencia de conceptos y modos de entender el advenimiento del Reino de Dios totalmente ajenos a la propuesta de Jesús. Lo primero y más evidente de aquel pedido es que aquella mujer y sus mismos hijos deseaban poder y privilegios; y, lo que es peor aún, entendían el Reino proclamado por Jesús al modo de los reinos que conocían. Así mismo, aquel pedido refleja, también, cierto fracaso de Jesús, dado que todavía no había logrado cambiar la mente y el corazón de quienes él mismo había convocado para hacerlos pescadores de hombres.  

 

La respuesta de Jesús a tal pedido denota un respeto y una paciencia notables: “Ustedes no saben lo que piden”. La primera conclusión que se puede sacar del deseo de los hijos del Zebedeo es que, todavía, no habían comprendido ni atisbado cuál era el mensaje central de Jesús. Es cierto que Jesús centró su mensaje en la proximidad del Reino, pero, evidentemente, no como lo entendían esos discípulos. Con una delicadeza y pedagogía notables, Jesús, como haciendo un intento de sacudir el concepto que tenían sobre el Reino, les hace una pregunta que debería descolocarlos y cuestionar todo lo que, aparentemente pensaban sobre él: “Acaso pueden beber el trago amargo que voy a beber yo?” La pregunta no refleja, únicamente, si estaban dispuestos a sufrir, sino, también, si están dispuestos a sufrir como el propio Jesús. Ellos responden con cierta autosuficiencia que pueden beber ese trago amargo. Jesús, les advierte que, aunque beban el trago amargo, no le corresponde a él otorgar los sitiales en el Reino, sino que están reservados para los que el Padre preparó. 

 

Esa respuesta debió descolocarlos aún más porque, evidentemente, manifiesta una voluntad previa, algo que ya está preparado por el Padre y que no se trata de méritos ni de derechos adquiridos. Seguramente, el desconcierto de aquellos discípulos fue creciendo a medida que se desarrollaba el diálogo. Quizás, fue eso lo que quiso desatar Jesús en sus discípulos. Sacudió la estantería con el propósito de abrir mentes y corazones a la novedad que él predicaba. Cabe recordar que la pedagogía de Jesús empezó a dar sus frutos después de su resurrección y cuando el Espíritu Santo se fue haciendo sentir en medio de la comunidad. 

 

El pasaje del pedido de los hijos del Zebedeo a Jesús, revela, por un lado y como fue dicho, la pedagogía exquisita de Jesús y, por otro, la dureza que nos caracteriza para acoger las “novedades” que Jesús nos invita a asumir. Es por todos conocido que los prejuicios y preconceptos suelen estar muy arraigados en nuestras mentes y en nuestros corazones. Sabemos que los modos de pensar y sentir que nos caracterizan se van fraguando en los primeros años de vida y que no son fáciles de modificar. Por esa razón, los procesos de conversión que son muy variados en la mayoría de los casos, son desatados por experiencias que, de una u otra forma, sacuden las estanterías interiores y nos dejan como sin entender o, sin poder sostener lo que se tenía como evidente tal y como le ocurrió a San Pablo en el camino a Damasco. Bien podemos afirmar que algo de eso quiso provocar Jesús cuando, a los que buscaban privilegios, les preguntó si estaban dispuestos a sufrir. Más aún, después les dice que aunque estén dispuestos a beber el trago amargo, les advierte que los sitiales en el Reino ya estaban reservados para algunos, para los que son como niños tal y como poco antes lo había anunciado (Mt.19,14). Es posible que luego de aquel diálogo algo comenzase a moverse en el interior de Santiago y Juan.

 

Por otra parte, cabe resaltar otro detalle del pedido de la madre de Santiago y Juan cuando dice: “Manda que en tu reino uno de mis hijos...”. Ese “manda” revela una forma muy equivocada de entender el Reino de Dios. El reino que anuncia Jesús nada tiene que ver con poderes o posiciones verticales. Aquella mujer que, con aparente humildad, se arrodilla ante Jesús para pedirle que sus hijos estén a su izquierda y a su derecha en el Reino. Evidentemente, creía que las cosas del reino de Dios se regían por el capricho del poder, por decretos y, lo que es peor, creían que Jesús procedería de esa manera.  

 

Una buena lección que podemos extraer del texto sobre el deseo de los hijos del Zebedeo de ocupar los primeros puestos en el Reino de Dios, es que el seguimiento de Cristo entraña un proceso de conversión continuo. Hemos de ser capaces de cuestionar viejos y arraigados conceptos y prejuicios, así como que hemos de estar dispuestos a la espera constante y a saber que habrá que atravesar tiempos de ceguera y tiempos de luz. Así como Pablo, que tenía todo claro y convicciones firmes tuvo que sufrir un deslumbramiento que lo dejó ciego y en el suelo, nosotros también debemos asumir que la conversión pasa por cegueras, caídas y ayudas de distinto tipo. Tal y como le ocurrió a San Pablo, a quién todo lo que guiaba su vida se vino al suelo y sus convicciones fueron se vinieron abajo hasta dejarlo sin ver y necesitado de los otros, nosotros, a nuestra vez, hemos de asumir que la vida entraña un camino de conversión continua en los que la oscuridad tendrá su lugar. Como sabemos, san Pablo tuvo que dejarse guiar por otros y que luego de tres días sin ver, fue recobrando la luz de la mano de las catequesis que recibió en el seno de la comunidad cristiana.

 

La lección es clara: hemos de renunciar a las orgullosas autosuficiencias, así como hemos de estar siempre dispuestos a cuestionar nuestros preconceptos, ideologías y posturas vitales. Obviamente, ello entraña sufrir cegueras y la necesidad de los otros para encontrar la luz que permita ver el camino y seguir a Jesús a lo largo de la vida. Ese seguimiento nada tiene que ver con privilegios ni con poderes especiales; el seguimiento de Jesús entraña beber tragos amargos porque la entrega de la propia vida siempre está amenazada por lo que en la Biblia se llama “el hombre viejo”, es decir, el hombre que busca privilegios, el que busca estar por encima de los otros. No en vano Jesús afirmó; “Si alguno quiere ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa mía, la encontrará.” (Mt. 16,24-25).

 

Imagen: https://albertosolana.wordpress.com/2014/07/02/9-boanerges-los-hijos-del-trueno/ 

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