La historia de un oyamel

22 de Abril de 2022

[Por: Juan Manuel Hurtado López]




“¿Quién eres?” -Le pregunté-

 

“Soy un árbol” -Me respondió-

 

“¡Ah, eres un árbol!”  -Alcancé a musitar, pero más bien como un eco de mi propia palabra-.

 

“Sí, soy un árbol -continuó- pero no soy de aquí” -Y aleteando un poco una de sus ramas, dijo-: “Soy fuereño. Aquí llegaron hace mucho tiempo mis bisabuelos de tierras lejanas, allá de Michoacán. Y los tatarabuelos de ellos llegaron a Angangueo, Michoacán. Aquí en las faldas del Nevado de Colima nacieron ya mis abuelos y mis padres. Ya todos murieron. Ahora sólo vivimos aquí tres de mis hermanos y yo y algunos pocos parientes. Allá en Michoacán la familia sí es grande y se cuenta por miles. Pero qué le vamos a hacer, así es la vida.

 

Nos contaron los abuelos -porque a nuestros bisabuelos no los conocimos- que a nuestros tatarabuelos los visitaron unas pequeñas mariposas vestidas elegantemente de negro y amarillo rojizo, que hicieron un viaje larguísimo de 4.000 kilómetros desde el Sur de Canadá hasta Michoacán”.

 

Y me contó que una vez que pasó lo crudo del invierno, regresaron los lepidópteros -las mariposas monarca- a Canadá. Así cada año en el invierno. Allá en Michoacán, millones de bellísimas mariposas monarcas pueblan tres lugares de dos municipios: El Rosario en el Municipio de Ocampo, Sierra Chincua y Angangueo, en el Municipio del mismo nombre. Acampan en unos grandes árboles llamado oyameles, ahí se protegen todas como si fueran un enjambre de abejas, ahí se alimentan, ahí se reproducen. Y, pasado el invierno, regresan a Canadá.

 

“Eso nos contaron los abuelos” -me dijo-.

 

Sin dejar de pasar palabra de por medio, intrigado yo le pregunté: “¿Y entonces? ¿Qué pasó?”

 

“Entonces -me dijo- sucedió algo muy extraño. Porque como dice Juan Rulfo, ‘la vida no es muy seria en sus cosas’. Sucedió que en el viaje de los millones de mariposas monarca que volaban hacia Canadá, algunas dejaron caer algunas semillitas de esos robustos árboles llamados oyameles, y entonces el viento las transportó cientos de kilómetros de aquí para allá, porque el viento -eso he dicho yo siempre- es muy caprichoso, se mueve por donde quiere y llega a un lugar en contra de la dirección que llevaba. Pues así pasó, y resultó que nosotros venimos a parar aquí, a esta tierra desconocida, donde apenas si tenemos algunos parientes”. 

 

“Oye -le dije todo asombrado- eso que me cuentas parece fantasía”.

 

“Sí -me contestó- pero la vida también es fantasía”. 

 

Me quedé pensando un buen rato en esas palabras suyas. ...”-también la vida es fantasía” - Como que me llegaron muy hondo al corazón y causaron un embrollo en mi cabeza. No les encontraba un lugar en mi bien trabado esquema de pensamiento. 

 

Y fue entonces cuando hice memoria de mi viaje al santuario monarca de Angangueo. Ahí estaban esos millones de mariposas agarradas de los árboles, otras más volaban y otras tomaban agua del arroyo. Un espectáculo que tampoco encontró palabras en mi repertorio. Lo más que llegue a pensar y a decir asombrado, fue: “¡Qué belleza! ¡qué milagro! ¡No puede ser!” Y comprendí entonces las palabras del oyamel de la sierra del Nevado de Colima que me dijo: “Pero la vida también es fantasía”.

 

“Pero no todo ha sido vida y dulzura para nosotros -continuó-, también hemos sufrido mucho y últimamente hemos sentido miedo. Hace muchos años vinieron unos como tú, parados en dos patas, y quemaron todo el monte. Casi no sobrevivió ninguno de nosotros. Pero por la pura terquedad de estar vivos, pues nos levantamos de las cenizas y aquí estamos. 

 

Y últimamente han aparecido otros hombres con unas fauces de cocodrilo en sus manos y con ese instrumento de muerte han cortado sin piedad a algunos de nuestros primos: pinos y pinabetes. Es algo horrible, nosotros no les hacemos nada. Y ellos vienen así nomás y nos matan. Recuerdo que a un tío mío así lo mataron. Bueno, eso nos contó mi mamá, porque nosotros no lo conocimos”.

 

“Entonces -le dije- ¿Crees que los seres humanos son malos?” 

 

Y como respuesta sólo agachó varias de sus ramas más altas.

 

Este oyamel es un imponente árbol, muy alto, fuerte, frondoso, que abarca con su sombra una gran extensión de tierra fértil en las faldas del Nevado de Colima. Hacen falta tres hombres agarrados de sus manos para poder abarcarlo del tronco. Es tan bello como una catedral gótica, pero, además, tiene un perfume especial, como una especie de trementina pegajosa que escurre por su tronco y ramas y que es la que alimenta a las mariposas monarca. Al estar a sus pies, uno pierde la noción de tiempo y entra a la dimensión intemporal de la contemplación, de la adoración.

 

“Me gustaría que vinieran” -Me dijo-.

 

“¿Quiénes?” -Le pregunté-

 

“Las mariposas monarca -dijo- ellas son nuestro vestido de gala en el invierno. Pero como somos muy pocos oyameles acá, a lo mejor por eso no vienen”.

 

“Sí, quizá, por eso” -contesté.

 

“Los árboles son buenos” -Pensé-

 

Y al regreso, sucedió que, al bajar del monte cubierto de pinos, yo venía sumido en mis pensamientos, cuando un par de oyameles más jóvenes me saludaron alegres aleteando sus ramas como en señal de despedida.

 

Imagen: https://mapio.net/pic/p-107533673/ 

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