La fe que mueve montañas…

13 de Agosto de 2022

[Por: Armando Raffo, SJ]




“Les aseguro que si tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza dirían a esta montaña: ´Trasládate de aquí a allá´, y la montaña se trasladaría; y nada sería imposible para ustedes.” (Mt.17,20)

 

¡Cuántos malos entendidos ha generado esta famosa frase de Jesús que se encuentra en los tres evangelios sinópticos! Gracias a Dios, el texto utiliza una metáfora que podría tildarse de exagerada para aludir a la virtud de la fe y sus posibilidades. Es claro que la comparación de la montaña quiere aludir a algo imposible, no en el campo de las realidades físicas, sino para hablar de algo que puede ocurrir en la intimidad de las personas. Jesús no pretende referirse a movimientos telúricos sino a movimientos estrictamente espirituales. 

 

Aunque los avances de la ciencia y la tecnología lograran mover montañas, es claro que en la época de Jesús eso era imposible. Es claro, pues, que se trata de una metáfora que pretende referirse a otro tipo de realidad más vinculada a procesos espirituales y particularmente a lo que la fe puede llegar a realizar. Bien podríamos decir que la fe puede mover montañas tales como vencer los dinamismos egocéntricos, diluir miedos ancestrales, destrabar prejuicios que vertebraron nuestras historias personales, encontrar energías para entregar la vida, contar con la osadía necesaria para denunciar los dinamismos culturales que nos deshumanizan y otros muchos etc. 

 

Bien podemos intuir que Jesús sostiene que una pizca de fe puede hacer cosas tan inverosímiles o raras como vencer los miedos y los dinamismos de distinto tipo que empecinadamente procuran proteger, contra viento y marea, nuestro bienestar, nuestros empeños de atender en cuanto sea posible nuestro deseo de placer y de mantenernos en la vida que conocemos a como dé lugar. Jesús nos recuerda que sólo la fe puede desinstalarnos y movernos hacia lo desconocido y arriesgado. Esto es así porque la fe, en última instancia, entraña correr un riesgo, supone arriesgar la vida en el empeño por ir tras un horizonte que esboza promesa y bendición para muchos.

 

¡Cómo no recordar en este momento a Abraham, al que siempre nos hemos remitido como el padre de la fe!  Como sabemos, él salió de su tierra movido por el sueño de llegar a ser bendición para, nada más ni nada menos, que todos los linajes de la tierra: “Vete de tu tierra, de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré.” (Gn. 12,1) Abraham sale de su tierra hacia un país desconocido. Además, según los datos que nos ofrece la Biblia, no le movía alguna necesidad específica, ni estaba huyendo de nadie, sino que su móvil era llegar a ser bendición para todos los linajes y, para ello, había de dejar su propia tierra. Bien podemos suponer, pues, que Abraham se puso en marcha animado por un sueño que intuía animado por el mismo Yahveh a quién reconocía como el creador de todo cuánto existe.

 

Desde esa perspectiva, entendemos que cuando Jesús se refiere a la fe como un granito de mostaza capaz de mover montañas, alude a aquello que puede ocurrir, que nos admira y que entendemos como milagro. Se trata de aquello que a todas luces parece imposible para los cálculos humanos pero que puede ocurrir de la mano de una fe del tamaño de una semilla de mostaza que, dicho sea de paso, es una de las más pequeñas que existen. 

 

El evangelio afirma, pues, que cuando el ser humano se descubre habitado por una confianza entrañable y por un deseo hermoso que sólo puede ser inspirado por Dios, las placas tectónicas de nuestros miedos e inseguridades se resquebrajan. Pueden así dar paso a la emergencia de posibilidades insospechadas e inesperadas por los corazones gastados de tanto protegerse y cuidarse de los “prójimos” que, en realidad, nunca llegaron a ser tales.  

 

La forma de percibir o notar que algún deseo es de Dios o que tiene su última explicación en algo divino, es su potestad de sacarnos de nosotros mismos para ir en pos de algo hermoso para todos nuestros hermanos.  En efecto, bien podemos suponer que algo inexplicable fue emergiendo en el corazón de Abraham que le impulsó a salir del mundo del “toma y daca” o de la búsqueda del beneficio propio, en procura de algo nuevo que fuera bendición para todos los linajes de la tierra. 

 

Salir de nuestras comodidades y seguridades para ir en pos de algo que se cataloga por los bien pensantes y prudentes como imposible, es lo que caracteriza a la fe. Esa fe puede mover montañas de egoísmos, seguridades y estrecheces de distinto tipo. En efecto, la fe puede mover la montaña del propio querer, amor e interés, es, al decir de San Ignacio para llegar a ser bendición en el sentido más profundo de la palabra. La fe, pues, puede ser definida como un empuje claro del amor de Dios que ha de ser acogido en forma de amor y servicio. Sólo la fe puede mover las montañas de la pulsión a la pura preservación y de la búsqueda de placeres que llamamos mundanos. 

 

Si tuviéramos la fe del tamaño de un grano de mostaza podríamos asistir a novedades verdaderamente relevantes en nuestras relaciones más íntimas, así como en ámbitos más amplios y a nivel social en general. Jesús asegura que un poco de fe puede realizar milagros de los que importan.  

 

Imagen: https://www.neahoy.com/wp-content/uploads/2022/05/PQA6L3ZJANFBPC2MFPCDYLN6BI.jpg

Procesar Pago
Compartir

debugger
0
0

CONTACTO

©2017 Amerindia - Todos los derechos reservados.