Cómo anunciar el kerigma para que sea acogido (1)

07 de Enero de 2023

[Por: Armando Raffo, SJ]




“A ustedes debíamos anunciar en primer lugar la palabra de Dios, pero ya que la rechazan… nos dirigimos a los paganos.” (Hch. 13, 46) Es por todos sabido que Saulo –San Pablo- era un judío observante y perseguidor de los cristianos. Ya de joven colaboró con la lapidación de Esteban, el primer mártir cristiano. El capítulo siete de los Hechos de los Apóstoles se conoce como el “Discurso de Esteban” en el que se remonta a los mismos orígenes de la fe de los judíos en la persona de Abraham, recorre los hitos fundamentales de esa historia y culmina confesando a Cristo como el Hijo del hombre, de pie a la derecha de Dios (7,56).

 

Aunque esa historia ya anunciaba la novedad y centralidad de Cristo,  todavía habría de correr mucha agua bajo el puente para que los primeros cristianos la asumieran y se atrevieran a leerla desde el misterio pascual. Cabe notar, también, que la primitiva comunidad vivió un proceso que tuvo sus idas y venidas en cuanto a la novedad radical que el misterio pascual había incoado. Si recordamos que el libro de los Hechos al referirse a la primera comunidad subraya que los cristianos acudían al templo todos los días con perseverancia y que partían el pan en sus casas, deja ver que todavía no habían asumido plenamente la novedad cristiana. 

 

Es lógico pensar que hubo un proceso que pudo ir desde concebir a Jesús como un profeta de talla mayor hasta comprender que se trataba del mesías esperado por los siglos y que ya vivía en medio de ellos para siempre. La experiencia de Pentecostés recogió, por un lado, la convicción profunda de la presencia del Espíritu de Cristo ya animando a la comunidad y, por otro, la misión que les encomendaba de anunciar a todas las naciones el evangelio de Jesús.

 

En varios episodios posteriores encontramos a Pablo y Bernabé insistiendo en que debían anunciar la Palabra de Dios a los judíos, pero que, como ellos no los escuchaban, habían decidido dirigirse a los paganos (cfr. frase de los Hechos que titula esta reflexión.) Hay un detalle en el texto que revela, por un lado, las dudas que los dirigentes judíos tenían sobre la prédica de los enviados y, por otro, que el éxito obtenido entre los paganos desató la envidia de los judíos que, con blasfemias, les contradecían. 

 

Con vistas a la reflexión que nos compete, cabe preguntar por qué, según Pablo y Bernabé, debían anunciar, en primer lugar, la Palabra de Dios a los judíos y después a los paganos. ¿A qué se debía esa prioridad a la que el mismo Pablo renuncia cuando percibe que sus antiguos hermanos en la fe no tenían oídos para escuchar su prédica? Lo normal sería pensar que los propios judíos, como Esteban, reconocieran en la vida y el mensaje de Jesús la novedad radical de la vida prometida que se había acunado a lo largo de siglos. Por eso, el discurso de Esteban contuvo un resumen de la historia de la salvación del pueblo judío que desembocaba en la muerte y resurrección de Jesús. 

 

Cabe notar, también, que la idea de la resurrección no era totalmente nueva para el pueblo judío, aunque había colectivos que la rechazaban. La crisis vivida por los Macabeos fue importante a la hora de postular la idea de la resurrección individual como la fidelidad de un Dios que no claudicaría ante la injusticia. Así mismo, ya en el libro de Daniel también encontramos la idea de la resurrección individual. (Cfr. Dn 2,44 y 7,13 y 27)

 

La pregunta que asoma con fuerza es: ¿por qué los judíos se resistían a acoger la Buena Nueva de la resurrección tal y como Pablo y Bernabé la proclamaban? Importa no olvidar que ya se contaba con el testimonio de Esteban que, inmediatamente antes de ser apedreado, manifiesta ver los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la diestra de Dios. Paradojalmente, esa afirmación fue la que desató la furia de los judíos que acabaron apedreando al primer mártir cristiano. ¿Por qué se resistían a recibir el testimonio de Esteban?, ¿qué impedía a los judíos reconocer la resurrección de Cristo como el culmen de su propia fe, si la creencia en la resurrección individual ya se había abierto camino en la fe de los judíos? 

 

Si bien es cierto que esa creencia fue cobrando fuerza en tiempos tardíos y como un reclamo hondo de justicia ante los horripilantes sucesos que los macabeos tuvieron que sufrir, también es claro que ello entrañaba cierta novedad para el grueso del pueblo judío.   

 

Como se dijo, la fe en la resurrección de los muertos comienza a emerger con fuerza en los últimos años del Antiguo Testamento y como una exigencia de justicia para quienes habían confiado en Yahveh. Importa notar, asimismo, que la fe en la resurrección de Cristo ya constituía el núcleo central de la predicación apostólica (Hch. 2, 22-35).

 

Intuimos que el bagaje que el pueblo cargaba a sus espaldas tenía más que ver con el deseo Abrahámico de ser bendición para todas las naciones que con la resurrección de los muertos (cfr. Gn.12,3). 

 

Todo hace pensar que las preocupaciones del pueblo judío se referían a problemas políticos del momento y no tanto a  cuestiones relacionadas con el sentido de la vida. El humor del pueblo estaba más ocupado en recobrar la independencia que les correspondía que en asuntos de hondo calado. Además, poco tiempo después llegarían las revueltas de Masada con consecuencias nefastas para el pueblo judío. En ese contexto, se explica que la predicación de Pablo y Bernabé no fuese tan atendida por su pueblo y que sí tuviera más eco en los paganos.  

 

De la reflexión precedente se desprende que el anuncio del Evangelio siempre debe tener en cuenta la cultura y las preocupaciones existenciales de las personas y los colectivos a quiénes se pretenda llegar.  

 

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