Aceptar, asumir y potenciar

10 de Agosto de 2025

[Por: Rosa Ramos]




¡Lo que no es asumido, no es redimido!

 

Recordé estas máximas del retiro de Getsemaní, contemplando a un padre y su hijo en el transporte público; podía ver el rostro del niño, no el del padre, pero era la relación la que me atraía y conmovía. Percibía una falta de aceptación de la realidad, de asumirla en su crudeza y fragilidad, para desde allí desplegar posibilidades y trabajar para transformarla o que diera lo mejor de sí.

 

Las tres expresiones del título: “aceptar, asumir y potenciar” son muy significativas en ese retiro de varios días que prepara con tiempo y esmero un grupo de laicos y religiosos; el retiro constituye una especie de iniciación a la asunción de una fe encarnada, destinado especialmente a adultos jóvenes. En él se recorre precisamente la pasión de Jesús desde Getsemaní hasta la muerte y resurrección. Yo lo hice hace muchísimos años en una situación personal especial donde debía hacer ese proceso para seguir viviendo con sentido, quizá por eso el lema me ha acompañado siempre.

 

Lo particular de esta propuesta es que se va rezando el drama -pasión y muerte de Jesús por amor y fidelidad al sueño del reinado de Dios que descubre en su Abba- en paralelo a diversas situaciones humanas difíciles de aceptar y a la dramática realidad latinoamericana y mundial. Se va y viene de lo vivido por Jesús hace dos mil años, a historias de vida y peripecias vitales desafiantes hoy.

 

Se recuerda a las comunidades indígenas y campesinas expulsadas de sus tierras, condenadas a vivir en míseras condiciones en las cinturas de las ciudades, se recuerda a los líderes comunitarios y a los mártires que han sembrado su sangre en estas tierras. Se incluyen sus textos, también poemas y canciones escritos por ellos, o para ellos tras su martirio. Imagino que si se prepara un Getsemaní este año seguramente incluirá otras pasiones terribles: la de los palestinos en Gaza, la de los migrantes, desplazados y refugiados de tantas regiones castigadas por guerras y hambrunas.

 

En suma, el retiro de Getsemaní no recuerda la pasión, muerte y resurrección de Jesús como algo del pasado lejano y ajeno a la realidad presente. Por el contrario, conduce a los participantes a contemplar con ojos muy abiertos la realidad, promueve una inmersión en el dolor humano, personal y colectivo. Invita así a hacer carne las opciones de Jesús, su amor hasta el extremo, que se sigue derramando hoy, y a seguirlo, puesto que afirmamos que es “camino, verdad y vida”.

 

Otra propuesta de Getsemaní, en continuidad a la primera, es: “a situaciones difíciles, opciones valientes”. Cuando estamos en una coyuntura difícil, exigente, de cruz, podemos mirar para otro lado indiferentes, o podemos jugarnos la vida. Muchos ejemplos tenemos en nuestras propias familias, en la historia del cristianismo, y fuera de él. Ya sea de huir ante las dificultades y dejar a otros la responsabilidad, o de asumir opciones valientes y generosas.

 

Volviendo a la relación de padre e hijo que contemplé en el ómnibus (colectivo), se trataba de un niño de unos ocho años, con un retraso intelectual o una discapacidad, más a nivel del lenguaje que motriz, pero se notaba que veía bien y que entendía más de lo que podía expresar con palabras. Decía claramente “papá” y emitía otros sonidos no articulados con los que intentaba llamar la atención del padre, contarle o preguntarle sobre lo que veía. Lo miraba una y otra vez, con amor, con admiración y reconocimiento a su paternidad.

 

Ese rostro, esa mirada del niño, tan amorosa y filial, contrastaba con la escasa atención que el padre le brindaba, casi no lo miraba, se mostraba indiferente, no respondiendo a ese empeño del hijo por comunicarse. Contemplando esa escena, dulce y triste a la vez, recordé ese retiro de Getsemaní: ese padre no ha logrado aún aceptar y asumir ese hijo diferente al esperado.

 

En este caso se daba lo inverso al padre de la parábola de Lucas 15, el niño no mostraba enojo ante la indiferencia de su padre, no había reproche en sus ojitos, lo miraba con amor y confianza, a lo máximo podría adivinarse un asombro, un no entender que su padre no respondiera, pero no desistía de su intento de comunicación ni de prodigar gratuitamente su amor. Cuando ese padre pueda mirar de frente la realidad, no a través del lente de sus expectativas, encontrará no sólo carencia o discapacidad, verá también la belleza y ese inmenso e incondicional amor en su hijo.

 

La realidad cuando no es la deseada, cuando es dura incluso, no deja de portar un misterio insondable de vida y fecundidad. Tanto cuando se trata de una situación personal o familiar, como en este caso, como cuando se trata de acontecimientos dolorosos colectivos: así, por ejemplo, se descubre la solidaridad tras una tragedia, mayor compromiso y fe tras un martirio, creatividad e inteligencia para ver otros caminos posibles cuando unos se cierran…

 

En teología, se dice que lo que no es asumido, no es redimido, afirmación de autoría discutida. Vale decir, no es salvado, elevado, potenciado. Es así, lo que negamos, “la sombra” que no queremos ver, sigue justamente actuando oculta desde las tinieblas, paralizándonos o robándonos preciosas energías. En tanto que, si iluminamos y miramos de frente esa realidad, seguro que, junto con el dolor, malestar o vergüenza, trae novedad, salud, oportunidades insospechadas de bien.

 

Otra rica experiencia de hace pocos días, completa este aporte. Me encontré con la esposa-viuda de un hombre bastante joven que atravesó una durísima enfermedad, superó en cuatro el diagnóstico de dos años de vida, en condiciones terribles de dependencia, no sólo de ella, sino de aparatos. No entro en detalles de la situación dolorosísima que debió afrontar esa pareja, pero destaco que en vez de negar la realidad, ambos la afrontaron juntos y de modo admirable. Me decía esta mujer “fuimos tan felices, nos amamos tanto”. Lagrimeaba recordando y contándome, pero también eran lágrimas de felicidad y de amor. Me decía “llegamos a una profundidad y calidad en nuestro amor que no habíamos vivido en los veinte años anteriores”.

 

La enfermedad, la desgracia o la injusticia, no son de suyo buenas, son malas, y pueden provocar secuelas indelebles en los que las padecen o acompañan. Sin embargo, pueden ser ocasión de un crecimiento humano enorme, de una grandeza de alma, como en Gandhi o en Mandela, para citar personajes reconocidos. Pero que a lo largo de la historia y del planeta ha habido, hay, incontables personas, muchos de cuyos nombres no conocemos, capaces de asumir la realidad que les ha tocado no con resignación, sino haciendo opciones valientes, potenciando lo mejor de sí y de otros.

 

El retiro de Getsemaní, después de la cruz, llega a la resurrección y lanza a la misión con esperanza y entusiasmo. Me gustaría mucho volver a encontrar a ese padre -que quizá cuando lo vi estaba cansado o preocupado- y en esa nueva ocasión verlo abrazar a su hijo, responderle, reír con él, enseñarle cosas, mirarlo con orgullo y decirle a quien quiera oír: “nos amamos tanto, mi hijo es especial, somos tan felices.”

 

Imagen: https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/RTUTCPDPBFA7NPFFJVNSO7MEHA.JPG?auth=d13591d56b6804148f88229ccf5a54ba17cb3d4faf5be99febe1101106b38a9a&width=414

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