14 de Febrero de 2014
Un desafío fascinante para los cristianos es la constante actitud de discernimiento acerca de la “novedad”. Se habla de “Nuevo Testamento” (o Nueva Alianza), mandamiento “nuevo”, sacerdocio nuevo, odres nuevos… Pero, ¿qué se dice al decir “nuevo”? El término es polisémico, y es importante tenerlo en cuenta. En el mundo romano, presentar –por ejemplo- el cristianismo como una “nueva religión” era algo negativo. Preocuparse por “novedades” es algo propio de superficialidades, de cosas sin fundamento, sin historia. De allí que los primeros cristianos trataron con frecuencia de vitar esa interpretación posible. En esa misma línea, algo “viejo” también puede ser, por lo mismo positivo, síntoma de sabiduría acumulada, de algo “probado con el tiempo”. Pero también algo viejo puede querer decir algo que se resquebraja fácilmente, que se debilita y va muriendo. El cristianismo fue tratando de encontrar ese equilibrio. Un desafío latente en gran cantidad de escritos del “Nuevo Testamento” es saber cuánto de nuevo y cuánto de antiguo hay. Para ser justos, no hay un solo criterio en los escritos, y hay libros (como la carta de Santiago, y el Evangelio de Mateo) en el que se acentúa más lo antiguo que lo nuevo. La Iglesia se ve a sí misma como “Israel” (o el nuevo, o el verdadero Israel), mientras que hay otros, como el Evangelio de Juan, y la carta a los Hebreos) donde el acento está puesto especialmente en la novedad. Pero siempre cuidando no negar el otro “extremo”; cuando eso ocurría aparecieron las primeras herejías (los ebionitas negaban prácticamente toda novedad, mientras que los marcionitas negaban todo lo antiguo). Otro tema importante será reconocer que la “novedad” no implica necesariamente la inutilidad o sinsentido de lo antiguo. El cristianismo no significa (y cuando así se entendió se gestó muerte y genocidios) que Israel no tenía sentido ya en la historia; significa que se trata de algo “nuevo”, no algo que anula, mata o deshace lo viejo.
Un desafío fascinante para los cristianos es la constante actitud de discernimiento acerca de la “novedad”. Se habla de “Nuevo Testamento” (o Nueva Alianza), mandamiento “nuevo”, sacerdocio nuevo, odres nuevos… Pero, ¿qué se dice al decir “nuevo”? El término es polisémico, y es importante tenerlo en cuenta. En el mundo romano, presentar –por ejemplo- el cristianismo como una “nueva religión” era algo negativo. Preocuparse por “novedades” es algo propio de superficialidades, de cosas sin fundamento, sin historia. De allí que los primeros cristianos trataron con frecuencia de vitar esa interpretación posible. En esa misma línea, algo “viejo” también puede ser, por lo mismo positivo, síntoma de sabiduría acumulada, de algo “probado con el tiempo”. Pero también algo viejo puede querer decir algo que se resquebraja fácilmente, que se debilita y va muriendo. El cristianismo fue tratando de encontrar ese equilibrio. Un desafío latente en gran cantidad de escritos del “Nuevo Testamento” es saber cuánto de nuevo y cuánto de antiguo hay. Para ser justos, no hay un solo criterio en los escritos, y hay libros (como la carta de Santiago, y el Evangelio de Mateo) en el que se acentúa más lo antiguo que lo nuevo. La Iglesia se ve a sí misma como “Israel” (o el nuevo, o el verdadero Israel), mientras que hay otros, como el Evangelio de Juan, y la carta a los Hebreos) donde el acento está puesto especialmente en la novedad. Pero siempre cuidando no negar el otro “extremo”; cuando eso ocurría aparecieron las primeras herejías (los ebionitas negaban prácticamente toda novedad, mientras que los marcionitas negaban todo lo antiguo). Otro tema importante será reconocer que la “novedad” no implica necesariamente la inutilidad o sinsentido de lo antiguo. El cristianismo no significa (y cuando así se entendió se gestó muerte y genocidios) que Israel no tenía sentido ya en la historia; significa que se trata de algo “nuevo”, no algo que anula, mata o deshace lo viejo.
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