14 de Febrero de 2014
PABLO HERRERO HERNÁNDEZ, Laico Sacramentino, traductor de la revista ECCLESIA,pabloherrero.hernandez@gmail.com
ECLESALIA, 13/02/14.- Tanto en su magisterio más público como en el más discreto de sus reflexiones diarias en Santa Marta, el papa Francisco insiste en distinguir entre el pecado, en el que todos caemos, y la corrupción, esa institucionalización, esclerotización o elevación a sistema del pecado, que trae consigo, entre otros males, la pérdida de conciencia del mal que se comete. Y, dentro de esta corrupción, el Papa reserva palabras durísimas —auténticamente proféticas y evangélicas— a los laicos cristianos que practican la corrupción instrumentalizando a la Iglesia e implicándola en su propia corrupción («¡Yo soy un benefactor de la Iglesia! Meto la mano en el bolsillo y doy a la Iglesia. Pero con la otra mano, roba: al Estado, a los pobres… Roba») y, aún en mayor medida, a todos aquellos «cristianos corruptos, sacerdotes corruptos [...] que no viven en el espíritu del Evangelio, sino en el espíritu de la mundanidad».
PABLO HERRERO HERNÁNDEZ, Laico Sacramentino, traductor de la revista ECCLESIA,pabloherrero.hernandez@gmail.com
ECLESALIA, 13/02/14.- Tanto en su magisterio más público como en el más discreto de sus reflexiones diarias en Santa Marta, el papa Francisco insiste en distinguir entre el pecado, en el que todos caemos, y la corrupción, esa institucionalización, esclerotización o elevación a sistema del pecado, que trae consigo, entre otros males, la pérdida de conciencia del mal que se comete. Y, dentro de esta corrupción, el Papa reserva palabras durísimas —auténticamente proféticas y evangélicas— a los laicos cristianos que practican la corrupción instrumentalizando a la Iglesia e implicándola en su propia corrupción («¡Yo soy un benefactor de la Iglesia! Meto la mano en el bolsillo y doy a la Iglesia. Pero con la otra mano, roba: al Estado, a los pobres… Roba») y, aún en mayor medida, a todos aquellos «cristianos corruptos, sacerdotes corruptos [...] que no viven en el espíritu del Evangelio, sino en el espíritu de la mundanidad».
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