02 de Mayo de 2014
BRAULIO HERNÁNDEZ, ECLESALIA, El 27 de abril el papa Francisco elevó a los altares a dos papas con una visión de Iglesia diferente: a Juan XXIII, el papa anciano, fallecido hace 50 años, que sorprendió al mundo convocando, por sorpresa, el Concilio Vaticano II: para renovar la Iglesia, volviendo a la sencillez de los orígenes (Hechos de los Apóstoles: la primera comunidad cristiana); y a Juan Pablo II, fallecido hace tan sólo nueve años y que frenó la renovación emprendida por el primero: para volver a la Iglesia triunfalista de cristiandad; y bajo cuyo pontificado fueron inhabilitados y marginados una buena parte de los teólogos más comprometidos con la renovación impulsada por el “Papa bueno”, siendo especialmente implacable con la Teología de la Liberación, que defendía “la opción preferencial por los pobres”.
BRAULIO HERNÁNDEZ, ECLESALIA, El 27 de abril el papa Francisco elevó a los altares a dos papas con una visión de Iglesia diferente: a Juan XXIII, el papa anciano, fallecido hace 50 años, que sorprendió al mundo convocando, por sorpresa, el Concilio Vaticano II: para renovar la Iglesia, volviendo a la sencillez de los orígenes (Hechos de los Apóstoles: la primera comunidad cristiana); y a Juan Pablo II, fallecido hace tan sólo nueve años y que frenó la renovación emprendida por el primero: para volver a la Iglesia triunfalista de cristiandad; y bajo cuyo pontificado fueron inhabilitados y marginados una buena parte de los teólogos más comprometidos con la renovación impulsada por el “Papa bueno”, siendo especialmente implacable con la Teología de la Liberación, que defendía “la opción preferencial por los pobres”.
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