De plantas y jardinero. En la fe, sin más

13 de Junio de 2014

(Cristina I. Carretero Esteban - Eclesalia) Tengo dos macetas en casa, que cuido como si me fuera la vida en ello. Cualquiera que las viera pensaría que al Palmito que así es como se llama, lo trato mejor que la Oreja de elefante (plantita cariñosamente). El palmito crece fuerte, verde, hermoso, -desde el principio- sin plagas, sin hojas que caen... La plantita por el contrario, justo cuando la trasplante por primera vez perdió sus hojas, aunque fue sobreviviendo, no sin dificultades. Por razones ajenas a mi voluntad se mudaron del lugar en el que estaban, intenté mantenerlas vivas, y en perfectas condiciones, y mientras que el palmito no notó el cambio, mi “plantita”, quizá por exceso de riego, por demasiado amor que puse en ella, perdió todas sus hojas y se pudrió parte de la raíz. Mi hermano, que preparaba por entonces su doctorado en agrónomo, me sugirió que la tirase, que estaba muerta. Sentí tal punzada de que estuviese en lo cierto, que me resistí, me negué a creerlo e inicié mi combate. La trasplanté a un nuevo tiesto, con tierra nueva, abono, sequé parte de la raíz, le puse unas gotas de agua bendita, no la regué, la dejé en una zona cubierta de vientos, le toqué la guitarra, le canté a todas horas melodías que conocían, le puse música clásica de mi mp3, le recé, le hablé, la acaricié y esperé…  Se A mi alrededor, se reían de mí sin maldad, pero la cuestión estaba en buscar la combinación exacta de ciencia y fe, de no saber nada, y de intentarlo todo.
 




(Cristina I. Carretero Esteban - Eclesalia) Tengo dos macetas en casa, que cuido como si me fuera la vida en ello. Cualquiera que las viera pensaría que al Palmito que así es como se llama, lo trato mejor que la Oreja de elefante (plantita cariñosamente). El palmito crece fuerte, verde, hermoso, -desde el principio- sin plagas, sin hojas que caen... La plantita por el contrario, justo cuando la trasplante por primera vez perdió sus hojas, aunque fue sobreviviendo, no sin dificultades. Por razones ajenas a mi voluntad se mudaron del lugar en el que estaban, intenté mantenerlas vivas, y en perfectas condiciones, y mientras que el palmito no notó el cambio, mi “plantita”, quizá por exceso de riego, por demasiado amor que puse en ella, perdió todas sus hojas y se pudrió parte de la raíz. Mi hermano, que preparaba por entonces su doctorado en agrónomo, me sugirió que la tirase, que estaba muerta. Sentí tal punzada de que estuviese en lo cierto, que me resistí, me negué a creerlo e inicié mi combate. La trasplanté a un nuevo tiesto, con tierra nueva, abono, sequé parte de la raíz, le puse unas gotas de agua bendita, no la regué, la dejé en una zona cubierta de vientos, le toqué la guitarra, le canté a todas horas melodías que conocían, le puse música clásica de mi mp3, le recé, le hablé, la acaricié y esperé…  Se A mi alrededor, se reían de mí sin maldad, pero la cuestión estaba en buscar la combinación exacta de ciencia y fe, de no saber nada, y de intentarlo todo.

 

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