28 de Mayo de 2015
Tres voces distintas se escucharon en la beatificación de Monseñor Óscar A. Romero en San Salvador el pasado 23 de mayo. Se oyó la voz del pueblo, estampada con su millón de pies (la mejor estimación parece ser que asistieron alrededor de medio millón de personas). Resonó la jerarquía de la iglesia, empezando a contar la historia oficial del obispo que defendió a los pobres y el significado teológico que se le debe otorgar. Luego, sonó la voz del mismo evento, su inefable mensaje siendo el espectáculo, el ceremonial, la grandeza del momento y las expectativas que va a suscitar.
Tres voces distintas se escucharon en la beatificación de Monseñor Óscar A. Romero en San Salvador el pasado 23 de mayo. Se oyó la voz del pueblo, estampada con su millón de pies (la mejor estimación parece ser que asistieron alrededor de medio millón de personas). Resonó la jerarquía de la iglesia, empezando a contar la historia oficial del obispo que defendió a los pobres y el significado teológico que se le debe otorgar. Luego, sonó la voz del mismo evento, su inefable mensaje siendo el espectáculo, el ceremonial, la grandeza del momento y las expectativas que va a suscitar.
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