Mariano Puga: “¿Por qué la sociedad condena a las mujeres que abortan sin autocondenarse de producir estructuras que excluyen a millones?”

31 de Marzo de 2016

[Por: Paloma Grunert – Religión Digital | El Desconcierto]
“’Vamos a saludar al Mariano’ le dice un padre a su hijo. El joven accede con algo de vergüenza. Pero no hay temor en su cara, es más bien timidez, emoción. Ambos lo abordan y lo abrazan, de manera torpe y alegre. Ya son varios y varias los que se han colgado al cuello de Mariano Puga, el cura que no parece cura y que se ha llevado gran parte de la atención durante el Vía Crucis Popular, empinando por José Arrieta, caminando debajo de los aviones, desde Tobalaba hasta la mansa y herida Villa Grimaldi, en Peñalolén.
Y ahí está él, llevando a cada paso su metro ochenta y nueve de altura, silencioso, siguiendo con voz dura el canto mientras mira el suelo: ‘Nosotros venceremos / Nosotros venceremos / Sobre el odio, con amor / Algún día será / Cristo venció / Nosotros venceremos’. Puga recibe a todo el mundo, besa y abraza varias mejillas, se deja abrazar y besar en las propias y luego camina un poco hasta apartarse y concentrarse nuevamente en sí mismo, hacia adentro de todo lo suyo, donde parece permanecer mucho rato, hasta que vuelve a cantar: ‘Y seremos libres, y seremos libres / No tiene cadenas el amor / Viviremos en Paz’.
Puga estudiaba Arquitectura en la Universidad Católica cuando abandonó la carrera y a su novia por el sacerdocio, tras conocer las llamadas "poblaciones callampas" durante su paso estudiantil. Alcanzó a trabajar como párroco en Pudahuel y Villa Francia antes de ser detenido en 1974 y llevado a Villa Grimaldi.
Me acerco a Mariano aprovechando una pausa del recorrido, dentro de una plaza ceñida por la sombra de los árboles. Me sonríe no como si me conociera, sino como si me quisiera y me invita a que nos sentemos en unas escaleras, "No me gustan las entrevistas, ahora que se murieron todos los curas obreros, soy el único que queda, por eso no me gustan las entrevistas" me dice antes de pegar su cara a la mía para escucharme mejor. En su boca hay un suave aliento a pan fresco, a ternura. Un olor que pacifica (…)”.
Descargue la entrevista
 
 




[Por: Paloma Grunert – Religión Digital | El Desconcierto]

“’Vamos a saludar al Mariano’ le dice un padre a su hijo. El joven accede con algo de vergüenza. Pero no hay temor en su cara, es más bien timidez, emoción. Ambos lo abordan y lo abrazan, de manera torpe y alegre. Ya son varios y varias los que se han colgado al cuello de Mariano Puga, el cura que no parece cura y que se ha llevado gran parte de la atención durante el Vía Crucis Popular, empinando por José Arrieta, caminando debajo de los aviones, desde Tobalaba hasta la mansa y herida Villa Grimaldi, en Peñalolén.

Y ahí está él, llevando a cada paso su metro ochenta y nueve de altura, silencioso, siguiendo con voz dura el canto mientras mira el suelo: ‘Nosotros venceremos / Nosotros venceremos / Sobre el odio, con amor / Algún día será / Cristo venció / Nosotros venceremos’. Puga recibe a todo el mundo, besa y abraza varias mejillas, se deja abrazar y besar en las propias y luego camina un poco hasta apartarse y concentrarse nuevamente en sí mismo, hacia adentro de todo lo suyo, donde parece permanecer mucho rato, hasta que vuelve a cantar: ‘Y seremos libres, y seremos libres / No tiene cadenas el amor / Viviremos en Paz’.

Puga estudiaba Arquitectura en la Universidad Católica cuando abandonó la carrera y a su novia por el sacerdocio, tras conocer las llamadas "poblaciones callampas" durante su paso estudiantil. Alcanzó a trabajar como párroco en Pudahuel y Villa Francia antes de ser detenido en 1974 y llevado a Villa Grimaldi.

Me acerco a Mariano aprovechando una pausa del recorrido, dentro de una plaza ceñida por la sombra de los árboles. Me sonríe no como si me conociera, sino como si me quisiera y me invita a que nos sentemos en unas escaleras, "No me gustan las entrevistas, ahora que se murieron todos los curas obreros, soy el único que queda, por eso no me gustan las entrevistas" me dice antes de pegar su cara a la mía para escucharme mejor. En su boca hay un suave aliento a pan fresco, a ternura. Un olor que pacifica (…)”.

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