15 de Setiembre de 2016
[Por: Eduardo de la Serna]
“Recuerdo –hace muchos años– una conversación entre curas. Un hondureño temeroso dijo: -¿Ves cuántas malas palabras dice este? escandalizado, quizás, por el lenguaje de otro, argentino él. El interlocutor, un brasileño, le dijo: -¡No escuché ninguna! No dijo ‘hambre’, ‘tortura’, ‘injusticia’, ‘pobreza’…
Me sirve esta anécdota para entender que la densidad y la “moralidad” de determinadas palabras tienen que ver a veces más con el receptor que con lo emitido. Y quisiera, entonces, decir algunas malas palabras (que se podrán fácilmente ampliar a muchas otras) (…)”.
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[Por: Eduardo de la Serna]
“Recuerdo –hace muchos años– una conversación entre curas. Un hondureño temeroso dijo: -¿Ves cuántas malas palabras dice este? escandalizado, quizás, por el lenguaje de otro, argentino él. El interlocutor, un brasileño, le dijo: -¡No escuché ninguna! No dijo ‘hambre’, ‘tortura’, ‘injusticia’, ‘pobreza’…
Me sirve esta anécdota para entender que la densidad y la “moralidad” de determinadas palabras tienen que ver a veces más con el receptor que con lo emitido. Y quisiera, entonces, decir algunas malas palabras (que se podrán fácilmente ampliar a muchas otras) (…)”.
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