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01 de Octubre de 2017

Amerindia da un paso más en este caminar, compartiendo las tristezas, angustias, gozos y esperanzas; la porfiada vida en suma, de los hijos de Dios en estas tierras. En la invitación que recibí, proponía esta dinámica de blogs temáticos como espacios de opinión para “tejer la vida y la teología desde Dios y desde abajo”; una hermosa iniciativa que saludo, a la vez que agradezco haber sido invitada a ser parte.




Me han propuesto que mis aportes sean fundamentalmente sobre Laicos y Espiritualidad. Pensé en varios títulos para este blog y quiero compartirlos en esta primera entrega: 

 

“Todos hermanos”, pensando en Mateo 23, 8 en que Jesús dice que a nadie llamen Padre, Maestro o Señor porque hay uno sólo y todos somos hermanos. El Concilio Vaticano II refleja este mandato del Maestro al anteponer el capítulo Pueblo de Dios a las especificidades que aborda en los siguientes capítulos.

 

Otro título sugerente podía ser Laicos con espíritu”, con tantas resonancias –que otro día desarrollaré– pero que en síntesis hace referencia a que el Espíritu ha sido derramado en todos, generosamente, y Jesús prometió que el Padre y Él harían morada en los discípulos de todos los tiempos. A nadie le es vedado el Espíritu de Dios.

 

También pensé un título largo: “En su libertad el Espíritu alienta espiritualidades”. La espiritualidad es patrimonio de la humanidad como afirman Jon Sobrino, Pedro Casaldáliga, José María Vigil, Marta Boiocchi, Emma Martínez Ocaña, Lucia Pedroso, Consuelo Vélez… entre otros –y que suscribo–. Pero hay muchas espiritualidades, como muchos dones y carismas.

 

Finalmente acordamos que el título del blog sólo rezaría: Espíritu y libertad, que en su brevedad sugiere todo lo dicho antes, pero deja abierto precisamente a la libertad del Espíritu que fecunda, anima, vivifica la humanidad y la historia, soplando donde quiere y generando novedad, más allá de los límites y cálculos mezquinos –chiquitos– de nuestra estrechez.

 

Sobre esos aleteos del Espíritu que alientan porfiadamente la vida allende toda muerte, sobre los pasos de los laicos con espíritu, sobre los llamados que entrevemos y seguimos… iremos compartiendo quincenalmente algunas reflexiones

 

En cuanto a la presentación personal. Recordé un poema de alguien que admiro mucho: Dietrich Bonhoeffer, brillante pastor luterano. En abril de 1945, con tan solo 39 años, fue ahorcado en un campo de concentración nazi. Ya prisionero escribió un poema en que revela una conciencia impresionante de sí mismo, de sus fortalezas y fragilidades, de sus angustias y temores. Creo que de cada persona ante sí misma y ante Dios puede sentirse identificada con esos interrogantes hondos del poema de Bonhoeffer: “¿Quién soy yo?".

 

Quienes somos se revela a nosotros –y a los otros– lentamente, no sólo porque somos complejos, sino porque somos siendo, en proceso, inacabados siempre, y tendiendo hacia ese omega de plenitud que desde la fe creemos posible. Por eso es difícil decir quién soy. 

 

En primer lugar me gusta presentarme como mujer, como laica, y como educadora, siendo esos mis lugares en el mundo, por opción, y renovados una y otra vez. Fortaleza y fragilidad coexisten en mí, como en Bonhoeffer, salvando las distancias existenciales y personales

 

Pero diré algo sobre quién he devenido, quién estoy siendo en la construcción cotidiana, sobre todo a través de lo que amo, de lo que me “mueve”, de las búsquedas que creo que el Espíritu agita en mí.

 

Confieso que la hermenéutica de la realidad me apasiona; persigo signos, huellas de una Presencia. Me sumerjo en la materia dura buscando ese filón de oro que van construyendo mano a mano, lucha a lucha, la evolución, la historia universal, las historias mínimas, y... el Espíritu. Filón de oro que se ha ido sedimentando en cada persona, pueblo, comunidad, y es tan real como las grietas y las capas de materiales más densos, oscuros, que también las conforman. 

 

Soy una empecinada buscadora y comunicadora de ‘Buenas Noticias’ que descubro viviendo y escudriñando la realidad, la historia, la poesía, el arte, la calle, la gente... la vida misma...

 

Me anima la propuesta de González Buelta de contemplar la realidad tan porfiadamente hasta descubrir la transparencia del barro, o, como lo planteaba el primer Boff describiendo los sacramentos: se trata de aprender a ver la trascendencia transparentándose en la inmanencia. 

 

Me interesan especialmente las personas y los procesos; acoger la realidad, la explícita y la que subyace, escuchar la vida que late fuerte y la que apenas late y se ausculta pegando el oído a la tierra-humus de los más frágiles. Me emociona entrar descalza a los mundos sutiles, para descubrir sensibilidad y delicadeza en quienes las guardan pudorosamente.

 

Amo la belleza de la trama en su quietud y mansedumbre, en su resistencia a ser aplastada o negada, pero también en su acontecer fugaz, en el vuelo frágil de mariposa, en los mínimos e intermitentes destellos de luciérnaga que no obstante iluminan la noche. Son, ya aquí –en arras, al decir de San Pablo– lugar de encuentro con la Belleza y la Eternidad. Encuentros que animan a caminar con rumbo, bien diferente del deambular y del curiosear del turista.

 

Estas búsquedas, amores y caminos son personales y son comunitarios, en diálogo con los compañeros de caminada que incluye a los que ya nos precedieron, esa nube de testigos. Y ahora quiere abarcar también a los posibles lectores para “tejer la vida y la teología desde Dios y desde abajo” y continuar andando de esperanza en esperanza.

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