Tratando de entender al Papa Benedicto XVI

01 de Enero de 2023

[Por: Manoel Godoy | Amerindia]




Para aproximarse a una comprensión del Papa Benedicto XVI, se puede tomar como clave de interpretación su viraje ante la crisis de 1968. Ese año estuvo marcado por acontecimientos muy fuertes que sacudieron al mundo entero. La revuelta contra la guerra de Vietnam, el movimiento de masas llamado ‘Primavera de Praga’ en la entonces Checoslovaquia, el asesinato de Martin Luther King y la ocupación de la Universidad de la Sorbona, en Francia, son algunos de ellos. 

 

El reflejo de todo esto al interior de la Iglesia no se hizo esperar. Estábamos a tan solo tres años de la conclusión del mayor acontecimiento eclesial del siglo XX: el Concilio Vaticano II. En este contexto, se publican algunas reflexiones del teólogo Joseph Ratzinger sobre el futuro de la Iglesia. Es importante destacar que la crisis eclesial no estaba directamente relacionada con el Concilio, pero para muchos al interior de la Iglesia, la crisis se había agravado con él. En su libro Fe y futuro, el teólogo Ratzinger hizo un paralelo entre la crisis eclesial de finales de los años sesenta y la vivida en la segunda mitad del siglo XVIII con el advenimiento del racionalismo. El llamado ‘Siglo de las Luces’ no libró a la institución católica de sus duras críticas. 

 

El teólogo Ratzinger, que hasta entonces se había mostrado abierto a las transformaciones en las relaciones entre Iglesia-mundo, tan presentes en los textos del Concilio, parece haberse dejado impregnar del miedo al espíritu revolucionario presente en tantos acontecimientos contestatorios mundiales. Él vislumbraba un futuro muy sombrío para la Iglesia, un vaciamiento inconmensurable y sin paralelo histórico.

 

Incluso en 1965, año de la clausura del Concilio Vaticano II, varios teólogos que habían asesorado los trabajos conciliares, consideraban que el Concilio requería un trabajo permanente de reforma de la Iglesia para mantener vivo su espíritu. En esta perspectiva, crearon una revista internacional de teología llamada Concilium, y entre sus colaboradores estaba Joseph Ratzinger. Sin embargo, unos años más tarde, el teólogo alemán se distanció del pensamiento de este grupo de teólogos y se alineó con otros pensadores de talante más conservador que crearon otra revista llamada Communio. Desde 1969 Ratzinger formó parte de la Comisión Teológica Internacional, creada por Pablo VI, acogiendo una propuesta del primer Sínodo de Obispos postconciliar.

 

Aunque la revista Communio nació en 1974, sus bases habían sido sentadas desde los años setenta por el gran teólogo Hans Urs von Balthasar, quien atrajo a un grupo significativo de teólogos para hacer parte del grupo de Concilium.   

 

Lo que vemos, a partir de entonces, es la emergencia de otro teólogo Ratzinger, menos optimista con relación al futuro de la Iglesia en el mundo, y muy crítico con cualquier avance eclesial, ya sea en el ámbito del pensamiento teológico o en la esfera de la práctica eclesial.

 

Cuando el Papa Juan Pablo II asumió el pontificado en 1978, buscó de inmediato a alguien que pudiera defender la doctrina de la Iglesia frente a los pensadores más abiertos, sobre todo, los seguidores de la Teología de la Liberación. Desde esta perspectiva, en 1981 el cardenal Joseph Ratzinger fue nombrado Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Esta posición y su actuación le valieron el apodo de ‘rottweiler de Dios’.

 

Luego, en el año 1984, en vísperas del Sínodo Extraordinario de Obispos convocado por el papa Juan Pablo II, conmemorando los veinte años de la clausura del Concilio Vaticano II, el cardenal Ratzinger concedió una entrevista al periodista Vittorio Messori, que considero emblemática para la comprensión del programa de restauración eclesial emprendido por el papa Juan Pablo II con la asesoría teológica del cardenal Ratzinger. Destacaré los principales puntos de esta entrevista y otros que nos pueden ayudar a comprender más profundamente el pensamiento y la actuación del cardenal alemán, quien fuera Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1981 hasta 2005, cuando asumió el papado como Benedicto XVI.

 

Teología de la Liberación

 

Benedicto XVI dijo: “se trata en realidad, al menos en su origen, de una creación de intelectuales, y de intelectuales nacidos o formados en el Occidente opulento: europeos son los teólogos que la iniciaron, europeos, o educados en universidades europeas, son los teólogos que la hacen crecer en América del Sur. Detrás de esa predicación en español y en portugués se entrevé, en realidad, el alemán, el francés, el angloamericano” (RP, p. 199).

 

Con este (pre)concepto, nunca llegó a entender la genuina Teología de la Liberación. El hecho de que sean teólogos formados en Europa no significa que no puedan, en contacto con la realidad nativa, producir pensamiento propio. El método inductivo, conocido popularmente como ‘ver-juzgar-actuar’, permitió a los teólogos de la liberación poner a prueba las teorías aprendidas en las universidades europeas y reformular su teología a la luz de la realidad de sus países de origen.

  

Conferencias episcopales

 

Según Benedicto XVI “no debemos olvidar que las conferencias episcopales no tienen fundamento teológico, no hacen parte de la estructura indispensable de la Iglesia querida por Cristo; tienen tan solo una función práctica, concreta” (RF. p. 60). “En muchas conferencias episcopales, el espíritu de grupo, tal vez el deseo de vivir en paz, e incluso el conformismo arrastran a las mayorías a aceptar las posiciones de minorías activas, decididas a avanzar en una dirección precisa” (RF. pp. 62-63).  

 

En esta perspectiva, ignoró la colegialidad presente en la Constitución Dogmática Lumen gentium e inspiró al papa Juan Pablo II a escribir un Motu Proprio -Apostolos suos- poco favorable, en absoluto, a las conferencias episcopales.

 

Nombramiento de Obispos

 

De acuerdo con Benedicto XVI, “en los primeros años del posconcilio, el candidato al episcopado parecía ser un sacerdote, ante todo, abierto al mundo; en todo caso, este requisito se ponía en primer plano. A partir del cambio de 1968 y, poco a poco, a medida que se agravaba la crisis, se comprendió que esta única característica no era suficiente. Se percibió que, también a través de amargas experiencias, se necesitaban obispos abiertos, pero, al mismo tiempo, dispuestos a oponerse al mundo y a sus tendencias negativas” (RF, p. 65).

 

De esta forma, se dio inicio a una serie de nombramientos de obispos alineados con el proyecto de ‘restauración’, llamado eufemísticamente ‘Nueva Evangelización’. La Iglesia emprendió un ‘toque de queda’, refugiándose al interior de la Institución, lo que desencadenó también una inmensa serie de conflictos internos, sobre todo, en búsqueda del poder.

 

Apuesta por los movimientos

 

En palabras de Benedicto XVI, “lo que se abre a la esperanza, a nivel de la Iglesia universal -y esto sucede en el corazón de la crisis de la Iglesia en el mundo occidental-, es el surgimiento de nuevos movimientos, que nadie proyectó, sino que han brotado espontáneamente de la vitalidad interior de la propia fe. En ellos se manifiesta algo así como un tiempo de Pentecostés en la Iglesia. Me refiero al Movimiento Carismático, a los Cursillos de Cristiandad, al Movimiento de los Focolares, a las Comunidades Neocatecumenales, a Comunión y Liberación, etc. Ciertamente esos movimientos plantean algunos problemas; también entrañan, en mayor o menor medida, peligros. Pero esto ocurre en cualquier realidad vital” (RF, pp. 41-42).

 

Durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, las congregaciones religiosas atravesaron momentos muy difíciles, varias de ellas bajo intervención, especialmente las femeninas. Los movimientos, en general, desembocaron en una vía fundamentalista, con una fuerte actuación en el mundo político de derecha, aunque negaban que estuvieran haciendo política.

 

Sobre la naturaleza de la Iglesia

 

Benedicto XVI dijo que, “para los católicos, la Iglesia está compuesta por hombres que componen su rostro externo; pero detrás de ellos, las estructuras fundamentales son queridas por Dios mismo, y por eso son intocables. Detrás del rostro humano está el misterio de una realidad sobrehumana, sobre la que el reformador, el sociólogo, el organizador no tienen ninguna autoridad para intervenir” (RF. p.46).

 

Con esta eclesiología, la institución católica se cierra en sí misma y no permite ninguna colaboración de uno de sus segmentos más significativos, los laicos. Se transforma en lo que el Papa Francisco ha llamado “una Iglesia-museo”, con mucho pasado y poco futuro.

 

Iglesia Pueblo de Dios

 

Según Benedicto XVI, “detrás del concepto, tan acentuado hoy, de la Iglesia como únicamente Pueblo de Dios se sugieren eclesiologías que, de hecho, retoman el Antiguo Testamento; e incluso, tal vez, sugieren políticas partidistas, colectivistas. La Iglesia de Cristo no es un partido, no es una asociación, no es un club; su estructura profunda y no eliminable, no es democrática, sino sacramental y, por tanto, jerárquica” (RF, pp. 47-49).

 

Reduciendo la eclesiología del Pueblo de Dios a un mero concepto sociológico, vacía la mejor eclesiología del Concilio Vaticano II, que incentiva a una Iglesia de comunión y con amplia participación de todos los bautizados, a los que el bautismo confiere el sacerdocio universal. Se percibe que, a partir de esta crítica a la Iglesia Pueblo de Dios, muchos se oponen hoy al camino sinodal propuesto por el Papa Francisco.

 

Por último, considerando que la Iglesia estaba en vísperas de un Sínodo para conmemorar los 20 años de la clausura del Concilio Vaticano II, las palabras del cardenal Ratzinger, entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tuvieron mucho peso. En realidad, aquel Sínodo se celebró en un clima de miedo, por parte de muchos obispos, que temían una decisión oficial de retroceso. Ratzinger decía que “es incontestable que los últimos veinte años han sido claramente desfavorables a la Iglesia católica. Los resultados que han seguido al Concilio parecen cruelmente opuestos a las expectativas de todos, empezando por las del papa Juan XXIII, y, luego, las de Pablo VI” (RF, p. 27). Por ello, definía el proceso de restauración de la Iglesia como la búsqueda de un nuevo equilibrio con el que se cerraba la primera fase del Vaticano II (cf. RF. p. 36).

 

*    *    *

 

Tras una avalancha de escándalos al interior de la Institución católica en el ámbito financiero y, sobre todo, en el de la moral sexual, con numerosas denuncias de casos de pederastia que implicaban a clérigos de todo el mundo, el papa Benedicto XVI renunció, reconociendo que ya no tenía fuerzas ni de mente ni de cuerpo para llevar la barca de Pedro. Podemos decir que con su dimisión se puso fin al proyecto de “restauración” emprendido por los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

 

FUENTES

 

1. Vaticano II y la Iglesia Latinoamericana. En Páginas, Separata n. 70, agosto de 1985. Esta separata fue editada por las Paulinas, en 1985, bajo la coordinación de José Oscar Beozzo.

 

2. RF. es la abreviatura de Rapporto sulla fede. Los textos fueron traducidos de la edición italiana. 

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