Envío al final de la celebración ecuménica por los desaparecidos

25 de Mayo de 2025

[Por: Pablo Bonavía]




Propongo que comencemos con un momento de silencio, anticipándonos al que vamos a sentir como un estruendo a lo largo de la Marcha del Silencio por la avenida 18 de Julio.  Silencio para hacer nuestros los testimonios que hemos escuchado, las lecturas que hemos proclamado y así prepararnos para estar presentes a un nivel muy personal en este acontecimiento que refleja tan bien lo que queremos ser como país.

 

(Se hace un momento de silencio …)

 

Creo que todavía tenemos fresca en la memoria la celebración de la vigilia pascual en la que el Evangelio nos narraba que unas mujeres se negaron a pasar la página de la muerte de Jesús a pesar de la presión de las autoridades para que sus discípulos y discípulas se olvidaran de lo que había sucedido.  Mujeres que dijeron: olvidarnos de lo que le sucedió a Jesús y dar vuelta la página sería renunciar a lo que enciende nuestro corazón y nuestra esperanza.

 

Y sin que llegaran a comprender de inmediato todas las consecuencias de la pascua, sin que dijeran enseguida ‘Cristo Resucitó’, fueron descubriendo que quien había sido crucificado por amar hasta las últimas consecuencias, vivía para siempre.  Algo que no les fue fácil, que les costó mucho, porque la victoria de Jesús no se verificó de la manera espectacular como la pensaban ellos y ellas.  No fue un triunfo con las mismas armas ni estrategias de quienes condenaron al Nazareno porque su poder no era el de dominar sino al contrario: el de despertar las capacidades y valores que tienen los otros, que tenemos todos.

 

Dice la Escritura: “La piedra desechada por los arquitectos es ahora la piedra fundamental”. Nuestras comunidades tienen su raíz permanente en la memoria de lo que estas mujeres narraron acerca de lo sucedido con Jesús. Las Iglesias no somos grupos filosóficos unidos por especulaciones abstractas, somos comunidades narrativas. Cada vez que nos juntamos en las celebraciones litúrgicas, en las pequeñas comunidades, en los encuentros,  el centro está constituido por las narraciones que nos dejaron los Evangelios, porque en ellas y desde ellas podemos hacer algo decisivo:  devolverle transparencia al mundo que hoy vivimos opacado por tantos intereses, miedos y apariencias.

 

Luego de la segunda guerra mundial un filósofo judío dijo algo que todavía nos impacta e ilumina: “Sólo si dejamos hablar al sufrimiento podemos acceder a la verdad”. Y nosotros cristianos podríamos agregar: “sólo cuando interpretamos el sufrimiento desde la vida,  muerte y resurrección de  Jesús, escuchamos al verdadero Dios que no quiere víctimas sino que genera vida, empatía , conversión, comunión y paz”.

 

Desde esta convicción nos vamos a unir a la marcha del silencio junto a los familiares de desaparecidos durante la dictadura.  Una marcha que se entiende porque como pueblo hemos ido descubriendo que sólo nos humanizamos cuando nos animamos a mirar de frente lo que hemos hecho con alguno de nuestros compañeros, ciudadanos, hermanos. 

 

Recordábamos recién a la gran Belela Herrera que se jugó entera precisamente para que hubiera menos detenidos y desaparecidos por la dictadura, poniendo en riesgo su propia vida y  libertad para que la libertad y la vida de otros y otras pudiera seguir existiendo. Su memoria nos alienta y consuela.

 

Que el Señor nos ayude a sentirnos parte de este pueblo que busca abrirse al sufrimiento para conocer la verdad, y de estas comunidades cristianas que en las narraciones iniciales de las mujeres que no quisieron dar vuelta la página de la muerte del Crucificado descubrieron un poder diferente que se abre camino definitivamente con la resurrección de Jesús. Una victoria que no se transforma en revancha ni en violencia sino que al contrario, permite ya desde ahora, en medio de la lucha por la memoria, la justicia y la verdad, disfrutar de cada espacio donde nos hacemos lugar unos a otros y juntos hacemos lugar a Jesús hasta que Dios sea todo en todos.

 

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