Homenaje a Gustavo Gutiérrez a los 50 años de la publicación de su Teología de la Liberación

31 de Octubre de 2025

[Por: Pedro Trigo]




Lo primero que escribí en esta onda fue el borrador de una propuesta de discernimiento de la situación de Venezuela y de las opciones que teníamos que tomar como cristianos[1]. El escrito era para el encuentro que íbamos a tener a fin del año 1970 un grupo de jesuitas venezolanos que estudiábamos teología en distintos lugares de Europa. Yo estudiaba con otros dos compañeros en Madrid en la universidad de Comillas y para estudiar en un ambiente latinoamericano vivíamos en una residencia universitaria para latinoamericanos en el campus de la universidad. Discutimos la propuesta durante tres días y al final sólo la aprobaron 8 de 32 que estábamos.

 

Unos meses después, al encontrarnos para hacer los Ejercicios Espirituales para prepararnos a la ordenación presbiteral un compañero que había estado presente me dijo si sabía cómo se llamaba el borrador que había presentado. Le dije que no y él me dijo que se llamaba Teología de la Liberación. Me presentó un folleto de MIEC-JECI que, si mal no recuerdo, se titulaba hacia una Teología de la Liberación[2]. Lo leí y, en efecto, sentí que estábamos en la misma onda y me alegré muchísimo de que en otros lugares de Nuestra América se estuviera escribiendo desde esa misma perspectiva.

 

+En 1972 tuvo lugar en El Escorial el primer gran encuentro sobre TL, que de hecho constituyó su presentación al gran público. El encuentro fue promovido por Fe y Secularidad y aunque “no eran todos los que estaban”, el encuentro tuvo una trascendencia histórica[3]. El ícono del encuentro fue sin duda la edición española de la Teología de la Liberación[4] de Gustavo que aparecía en grandes pilas que se agotaban rápidamente. Naturalmente que la edición limeña había aparecido el año anterior, pero la mayoría conocimos el libro a través de la edición que se presentó tan oportunamente en ese evento. Como el libro se titulaba como la corriente teológica y además como no trataba de algún punto específico sino de lo que decía el título y lo llevaba a cabo programáticamente, aparecía para muchos como la condensación de la propuesta.

 

También a mí me pareció y me sentí completamente expresado. Se trataba sin duda de la transformación estructural del continente, una transformación económica y política en la que el pueblo latinoamericano no era sólo el destinatario sino también protagonista. Los aportes del marxismo eran muy visibles y estaban en el ambiente. Pero también era claro que se trataba de teología. Era nuestra recepción del Vaticano II, una recepción realmente creativa y ajustada a las exigencias de nuestra realidad. La liberación para Medellín era un clamor de nuestros pueblos y la exigencia del Dios que se reveló en el Éxodo y además la savia evangélica lo impregnaba todo, la savia que en ese momento comenzaban a gustar las comunidades de base en la lectura orante. Aunque el libro de Gustavo no tiene ningún capítulo sobre este tema, en la práctica todo lo que va diciendo lo fundamenta en la Biblia y específicamente en Jesús. Así la relación entre salvación y liberación[5], el encuentro con Cristo en la historia[6], Jesús y el mundo político[7], Eucaristía y fraternidad humana[8], significación bíblica de la pobreza[9].

 

+Había concluido la licencia y tenía el doctorado a la vista. Por eso, aprovechando la presencia de esos hermanos mayores, le pregunté a Juan Luis Segundo qué me aconsejaba y me dijo que fuera cinco años a estudiar Biblia a Lovaina porque no podíamos seguir dependiendo de los europeos. Le pregunté a Segundo Galilea y me lo puso mejor: me dijo que viera qué me interesaba más y podía hacer mejor, que averiguara en qué universidad se investiga más a fondo esa cuestión y que estudiara allí cinco años, y me repitió lo mismo que Juan Luis: porque no podemos seguir dependiendo de los europeos. Después le pregunté a Gustavo y él me dijo sencillamente: yo no he hecho la prueba, pero si vienes a Lima, asistes a los cursos, seminarios y conferencias que dé y además conversamos. No pregunté a nadie más. Ya tenía lo que buscaba: me fui a Lima con Gustavo. Era el año 1973.

 

Decidirme por esa opción fue para mí decisivo. Como me pareció que “el modo de producción determina el producto” iba los fines de semana a una vicaría atendida por religiosas en la zona 5 de Collique, que en ese momento no tenía ni carretera ni agua ni luz. Recuerdo los ojos hinchados de los muchachos que iban a estudiar al salón parroquial que tenía un “petroman”. También recuerdo, porque fue dramático, que a mitad de año irrumpieron los maoístas en el grupo juvenil de la parroquia[10]. También una vez al mes iba cuatro días a Pariacoto, otra vicaría en la sierra de Ancash, llevada también por religiosas en la que florecían comunidades de base y que vivía el conflicto que provocó con los hacendados la reforma agraria. Allí asesinarían años después a unos franciscanos polacos.

 

Asistí al curso que solía dar Gustavo en la Católica y al único que le permitieron dar en su vida en el seminario, también a un seminario en la UNEC y a las conferencias públicas que dio. Además, conversábamos en el Centro de Estudios y Publicaciones. Las dos materias académicas hacían ver la pertinencia de la dimensión político social del cristianismo, a la vez que la fundamentaban y concretaban. Sobre todo el curso de la Católica, en relación con el marxismo. El seminario fue sobre las Tesis sobre Feuerbach.

 

Lo primero que recuerdo que me llamó la atención y que me agradó mucho es que cuando llamaba a la parroquia del Rímac me atendía siempre alguien distinto, alguien que estaba allí como en su casa. Desde ahí escuché y leí a Gustavo. Sabía que era un lector empedernido y que le echaba cabeza concienzuda y lúcidamente; pero es distinto leer y pensar desde un escritorio o desde la militancia o desde la institución eclesiástica, que hacerlo desde ese enclave vital popular, desde esa relación profusa marcada por la fraternidad cristiana.

 

Yo venía de una inserción muy contrastada por lo exigente. Empecé teología el año 68, cuando la secularización daba el tono a las clases medias y profesionales. La lucha ideológica en la residencia universitaria en la que vivía era muy intensa, aunque gracias a Dios, como latinoamericanos en tierra extraña, no enturbiaba la convivencia ni las fiestas regionales en las que predominaba bien lo melódico, con la guitarra, bien lo rítmico con el tambor. Y nosotros estábamos como estudiantes de teología para hacernos curas. La mayoría, procedentes de todos los países latinoamericanos y profesionales haciendo un postgrado, no entendían nuestra dedicación y menos aún porque captaban que no éramos tradicionales que resistían a los tiempos. Nuestro testimonio consistía en mostrar que éramos humanos, incluso excelentemente humanos y que estábamos metidos de lleno en la hora latinoamericana desde la solidaridad con el pueblo.

 

En Lima era el tiempo de repristinar esta solidaridad en contacto vital con el pueblo y de alimentarla cristianamente, sin abandonar el diálogo con las ideologías y los movimientos históricos. Por eso me ayudó captar que Gustavo hablaba desde ese medio vital que era también nuestra misión cristiana en la Iglesia. Y por eso yo, que vivía en Jirón Chancay, en ese momento una zona popular, en el centro mismo de Lima, entonces completamente abandonado y sucio, quise tener esa dedicación apostólica popular, además de la misa el domingo a la noche en La Parada.

 

+Al regresar a Venezuela no abandoné esa referencia habitual a las zonas populares, tanto como alimentación personal como en servicio pastoral, lo más horizontal y fraterno posible. Desde el mes que pasé el año 1973 antes de ir a Lima y desde comienzos del 74 cuando regresé, pertenezco al Centro Gumilla, Centro de Investigación y Acción social de los jesuitas en Venezuela en mi condición de teólogo interdisciplinar. Desde él he apoyado la inserción de la vida religiosa en medios populares y he alimentado sistemáticamente esta opción, con mis compañeros a través de cursos y el acompañamiento sistemático a esos grupos de inspiración cristiana. De ahí han salido muchos artículos, e incluso libros[11].

 

+Aunque me invitaron a encuentros latinoamericanos de Teología de la Liberación, no quise asistir hasta que no estuviera consolidado en mi país este movimiento de Iglesia de los pobres y pudiera asistir, no a título individual sino como representante de ellos. Ya a fin de los 70 podía decirse que ese movimiento existía. En buena medida se reconoció y articuló en reuniones locales, regionales y nacional de preparación para Puebla. Esos encuentros sirvieron para dar a conocer sistemáticamente Medellín e incluso lo central del Vaticano II.

 

En diciembre del 78 asistí en Ciudad de México a un encuentro latinoamericano de revistas en la onda de la liberación cristiana[12] y luego pensaba asistir en enero a la Conferencia de Puebla como periodista. Me hallaba viendo libros en la librería Gandhi cuando oigo que me llaman: era Gustavo. Él me puso en conocimiento del grupo de teólogos de la liberación que iba a servir a un grupo de obispos afines y me dijo que fuera, indicándome el lugar y la hora.

 

Como en el encuentro de El Escorial, él tomó la iniciativa, teniéndome obviamente como uno del grupo. Yo sí me tenía por tal, porque, como indiqué, llegué a esta teología por propia evolución; pero estoy agradecidísimo de que en El escorial, siendo apenas un muchacho, los tres con los que hablé me consideraron como uno de los suyos y Gustavo me asumiera como hermano menor, digamos como su primer discípulo. En esta nueva ocasión me asumió como un colega. En la pensión en la que estuvimos me tocó en la misma pieza con González Faus y con Jon Sobrino[13] y sí fue una experiencia eclesial apasionante.

 

+ En el año 80 después de defender mi tesis doctoral sobre La institución eclesiástica en la nueva novela latinoamericana, copié varios ejemplares y los envié a los amigos, entre ellos, obviamente, Gustavo. Al poco tiempo me respondió que estaban interesados en publicar en CEP el capítulo sobre Arguedas. Yo le sugerí que, como aparecía como personaje, escribiera un postfacio en el que apareciera como autor. Aceptó la sugerencia y escribió el texto que publicó con el nombre de “Entre las calandrias”, publicado posteriormente como libro aparte. En la introducción del editor se afirma que “motivado por la lectura del texto de Pedro Trigo, Gustavo Gutiérrez escribió unas reflexiones sobre la obra y el testimonio personal de Arguedas, a quien lo ligó una breve pero profunda amistad”. Me alegro de que mi tesis fuera ocasión de este escrito suyo tan personal[14].

 

+Durante los años 80 participé regularmente de los encuentros de teólogos que, coordinados por Leonardo Boff, tuvimos en Brasil. El año 90 se dio el cierre en el DEI en Costa Rica, donde estuvimos un grupo mucho más reducido. Me consta que fui invitado por la insistencia de Gustavo. En ese encuentro mi ponencia tuvo que ver con una reflexión de Gustavo que para mí era lo que decidía si un escrito era o no era Teología de la Liberación. Se trata de la distinción entre el acto primero y el acto segundo. Mi ponencia se titulaba: “Cuál es el acto primero del que la teología de la liberación es acto segundo”[15].  

 

El tístulo se refería obviamente a Beber de su propio pozo, cuya recensión fue el primer artículo que envié a la Revista Latinoamericana de Teología y que no me publicaron porque Jon Sobrio acababa de escribir otro sobre él. Lo publiqué en SIC, la revista del Centro Gumilla[16]. El libro nos asombra, decía, “por su correspondencia con el modo como es vivida la praxis liberadora por los cristianos en América Latina. No se trata, pues, de ideología (en el sentido de exposición sistemática de datos, conceptos generales y valoraciones que están a disposición de un grupo humano en una época y que le otorgan sentido) sino de teoría (de comprensión de una praxis). Es por eso un libro verdadero; no sólo en el sentido de que lo afirmado en él es idealmente verdadero y por lo tanto debe ser así, sino en el sentido preciso de que son muchos miles de mujeres y hombres que en América Latina responden con sus propias vidas de lo que en él se afirma. Por eso el libro no pudo ser escrito antes”[17]. Se necesitaba tiempo para que fragura este modo de vivir el cristianismo, nacido en el humus de la fe del pueblo, contrastada y madurada en esa situación tan dura, y fecundada por la solidaridad de estos cristianos pasados por el Concilio, Medellín y Puebla.

 

Así pues, beber en el pozo en el que se alimenta la vivencia cristiana del pueblo sería el acto primero del que la Teología de la Liberación es el acto segundo. Gustavo Gutiérrez asienta que la teología es acto segundo, siendo el acto primero esta experiencia de Dios en este lugar social: “El hablar sobre Dios (teo-logía) viene después del silencio de la oración y del compromiso”. “Así considerada la distinción entre acto primero y acto segundo (muy tradicional, además) no se sitúa sólo en lo que comúnmente se entiende por una perspectiva de metodología teológica. Es una manera de vivir la fe, es una cuestión de seguimiento de Jesús. Nuestra metodología es, a decir verdad, nuestra espiritualidad”[18].

 

Eso es lo que en esa ponencia en el DEI yo quería explanar, fundamentar y hacer ver las consecuencias concretas. La ponencia se proponía dilucidar la especificidad de la Teología de la Liberación que yo no la colocaba en contenidos sino en el modo de producción. Ésta sería la tesis: “Si el teólogo, entrando en el proceso inacabable de iniciación en el misterio cristiano y llegando a ser pobre de espíritu, ha superado la relación ilustrada con el pueblo; si se ha hecho en alguna medida pobre con espíritu y amigo de pobres y desde ahí solidario con ellos, si haciéndose cristiano juntamente con ellos en la comunidad, va viviendo en ella la fraternidad de los hijos de Dios y sembrándola a su alrededor, ese teólogo está en trance de producir TL. El que esa teología tenga calidad dependerá de su capacidad, de su preparación y de las mediaciones metodológicas que emplee. Pero en todo caso, si llega al grado mínimo por el que lo producido pueda ser llamado teología, esa teología será de la liberación. En otro caso, es decir si no existe este modo de producción susodicho, lo producido podrá ser una teología, tal vez excelentísima, acerca del tópico de la liberación; pero no ya Teología de la Liberación”[19].

 

+En 1992 Fe y Secularidad organizó el segundo encuentro de Teología de la Liberación en El Escorial a los 20 años del primero con el objetivo de calibrar qué había pasado con la TL en ese cambio de horizonte que fue tan profundo que supuso un cambio de época[20].

 

Gustavo no pudo estar y envió un saludo muy elocuente. Extraigo de él esta apreciación: “Pese a las apariencias, el pueblo pobre de América Latina, y las comunidades cristianas que surgen de él, han crecido en madurez y conciencia histórica. Los ‘grandes’ hechos -los que trasmiten los medios de comunicación- ocultan los ‘pequeños’. Es decir, lo que ocurre en la base, en el diario quehacer de un pueblo que lucha por su derecho a la vida y por su derecho a proclamar el reino. Allí late el pulso de la historia”[21].

 

A mí me tocó hablar sobre “El futuro de la Teología de la Liberación”[22]. Cayó tan mal mi intervención que pidieron un tiempo (que obviamente no estaba programado) a la tarde para ver si se lograba aclarar el alcance de mi propuesta. Ésta consistía en síntesis en hacer ver que en este tiempo tan absolutamente adverso al pueblo y con tan pocos aliados, un tiempo en que se habían impuesto los consorcios trasnacionales y la ideología neoliberal, “la fuerza histórica de los pobres”, decía tomando la expresión del título de Gustavo[23], no se daba sobre todo en el ámbito político sino en la cotidianidad. Porque mantenerla humanamente en esas circunstancias tan adversas suponía un trabajo tan arduo, tan persistente y tan creativo que suponía un verdadero milagro. En la tarde se profundizó el malestar. Recuerdo especialmente el de Metz. Cuando salía de la sesión Jon Sobrino me hizo notar que, aunque hubiéramos estado una semana, el resultado habría sido el mismo porque había llegado a la conclusión de que lo que más diferencia a los seres humanos es si pueden dar por supuesta la vida y se dedican a cualificarla y disfrutarla o si no pueden darla por supuesto y se dedican a hacer posible la vida y vivirla. Él veía que yo había hablado desde esta segunda perspectiva y ellos me la estaban entendiendo desde la primera y por eso lo que les decía les parecía trivial. Convine en que esa diferencia de perspectivas era la causa del malentendido.

 

Por eso destaco lo que dijo Gustavo, que era el autor de la frase que yo había utilizado y que en su libro la refería sobre todo a la insistencia en el cambio sociopolítico y que ahora, cuando “las circunstancias son hoy muy diferentes” el pulso de la historia late en el diario quehacer del pueblo que lucha por su derecho a la vida y por su derecho a proclamar el reino, a proclamar, ante todo con su vida pero también con su esperanza, el mundo fraterno de las hijas e hijos de Dios que inauguró Jesús y por el que dio la vida.

 

+Quisiera destacar también que me interesó muchísimo el libro de Gustavo sobre Las Casas[24]. Como ambientación quisiera expresar cómo al embarcarnos en la transformación de la vivencia cristiana que tenía lugar en la Iglesia latinoamericana como recepción fiel y creativa del concilio Vaticano II, bastantes compañeros nos sentimos llamados a bucear en nuestra historia desde la intuición de que lo que estábamos viviendo no era una novedad inédita sino la fidelidad creativa a lo que sembraron los que Puebla considera fundadores del radical sustrato católico de nuestros pueblos. Por eso Dussel hizo su tesis doctoral en historia sobre El episcopado latinoamericano y la liberación de los pobres (1504-1620)[25]. Y él, que de suyo era filósofo, y Pablo Richard, que era escriturista, motorizaron la colección de CEHILA sobre la historia de la Iglesia latinoamericana. También mis primeros trabajos publicados en la RLT y en la revista del ITER se dedicaron a esos orígenes y todavía actualmente tengo un curso sobre la evangelización fundante en el siglo XVI y otro sobre maestros de espiritualidad latinoamericanos, en el que cuatro vivieron entre el siglo XVI y XVII, ambos en sus fuentes escritas, y doy otro de historia de la Iglesia de América Latina, también a base de calas escritas, la mayoría de esos dos mismos siglos.

 

Por eso escribí una recensión muy amplia titulada “Las Casas y Gustavo Gutiérrez: en busca de los pobres de Jesucristo”[26]. “El secreto de GG, su ventaja radical sobre otros estudiosos (que sin embargo lo superan en otros aspectos) es que en él late el mismo impulso que animó a LC; dicho en términos cristianos el mismo Espíritu”. “El Espíritu es trascendente, por eso GG trata de evitar cualquier cortocircuito. Insiste en que el tiempo de LC no es nuestro tiempo, ni su horizonte ni su bagaje conceptual ni su modo de hacer teología... son los nuestros. Parte ante todo de la diferencia”. “El título del libro establece simbólicamente esta diferencia”. “Es una frase de Guamán, que GG ha venido utilizando profusamente. La frase que sirve de lema a la vida de Guamán es la que GG estampa como lema que totaliza el pensamiento y la vida de LC Es la frase del indígena la que define al español. Y es también la que GG quisiera que pudiera resumir su propia vida y su obra. GG ve, pues, al español desde la autoconciencia que tuvo el indio. Pero ¿no insiste también LC en verlo todo como si fuese indio? También GG expresa que escribe desde su pertenencia a esos pueblos marginados. El mismo Espíritu que impulsa a Guamán a dejar su cacicazgo y a encarnarse como Jesús en la pobreza para como pobre salir en busca de los pobres de Jesucristo, es el que había hecho reconocer a LC la ceguedad en la que vivía y lo había impulsado a gastar toda su vida en mostrar la justicia de la causa indígena y en defenderlos. Ese mismo Espíritu, que hizo de GG teólogo popular del Dios liberador, es el que lo habilita para reconocerlo en Guamán y en LC. Esta es para mí la clave del libro”.

 

“Como el Espíritu que movió a LC es el mismo Espíritu que anima a GG es el Espíritu el que lo lleva a buscar la verdad de la vida de LC, el que exige no contentarse sino con esa verdad (…) por la convicción de que es precisamente su vida uno de los lugares donde se manifiesta el Espíritu como trascendencia fecunda./ Pues bien, al centrarse GG en hablar lo más adecuadamente posible de LC está caracterizando también imperceptiblemente los ejes estructuradores de su propia vida y de su obra. Insistimos en que se trata de los núcleos generadores; queda excluido cualquier paralelismo fácil a nivel anecdótico y cualquier trasposición mecánica a nivel de pensamiento”. “No se trata de convertir a LC en un precursor de planteamientos actuales. No hay interés en situarlo en las filas de la propia escuela. Son precisamente el respeto y la distancia quienes paradójicamente ponen al descubierto la correspondencia. Porque de eso se trata literalmente: de que ambos responden con el mismo Espíritu (en este sentido responden acompasadamente) a los desafíos de sus respectivas épocas, en los que perciben las exigencias de Dios y los signos de su paso salvador”.

 

“Ambos caracterizan la situación como de injusticia estructural, de violencia institucionalizada, de destrucción y muerte. Esto lo hacen como analistas, señalando muy pormenorizadamente la génesis de la situación y sus mecanismos. Pero sobre todo lo hacen porque les duele. Les duele porque las víctimas tienen para ellos nombres y apellidos, rostros concretos. Claman a tiempo y a destiempo, rompiendo concordismos encubridores y omisiones culpables, porque han echado su suerte con las víctimas; y este lugar social, elegido como querencia, se convierte en perspectiva. Desde el reverso de la historia se ve toda la verdad de ella. Se destapa la verdad oprimida por la injusticia y se desenmascaran las ideologizaciones justificadoras. Desde ahí se perciben no sólo las privaciones injustas de los empobrecidos, su muerte antes de tiempo, más lenta o brusca, pero segura; se aprecia también la dignidad de las víctimas, la justicia de su causa, su condición cultural y humana, dignas de todo respeto, incluso su fuerza histórica. Y no sólo se asume su defensa, sino que se apuesta por su liberación como pueblos que son, como diferentes”.

 

“Por eso, después del necesario deslinde, el esfuerzo de ambos por abrir un camino alternativo y hacerlo posible; y el desvelo por interesar en esa vía superadora no sólo a la gente popular sino a personas de toda condición y a cualquier tipo de grupos que estén dispuestos a escuchar. Y la paciencia a toda prueba dentro de la propia institución eclesiástica para que no se cierre a este camino y avance los pasos posibles en cada momento”.

 

Le envié el artículo y cuando me encontré con él el año siguiente, me hizo ver muy discretamente que convenía en mi apreciación.

 

+Siempre que iba a Lima conversaba con él. Incluso en un encuentro que tuvimos teólogos jesuitas latinoamericanos, lo invitamos una mañana para que compartiera su experiencia con nosotros. Estuve presente en el homenaje por sus 90 años que le hizo el instituto de teología de la vida Consagrada en Lima y él estaba muy contento, pero le costaba hablar. Me alegré mucho de que al día siguiente pudimos hablar personalmente durante hora y media y él habló expeditamente, como si no hubiera pasado el tiempo.

 

+Por todo esto y por tantas cosas más doy muchas gracias a Dios por su vida. Como yo, muchísimos otros podrán decir agradecidamente cuánto deben a Gustavo. Si la persona se define por sus relaciones de entrega gratuita, horizontal y abierta, Gustavo, además de muchas otras cosas, es una gran persona, que es lo más que se puede ser, ya que las personas divinas son “relaciones subsistentes” (santo Tomás).

 

Han pasado 50 años de la aparición de su libro emblemático. El año pasado me pidieron en México que diera una charla sobre qué queda de la Teología de la Liberación. Respondí que quedamos nosotros y en primer lugar Gustavo y, sobre todo, tantos otros que van por el mismo camino en esta época más difícil que la inicial, que lo era bastante, y queda, sobre todo, una parte considerable de pueblo creyente y oprimido, que no sólo vive y convive y da de sí, cuando el orden establecido le niega las condiciones para vivir, sino que no pocos dan razón de su fe, como constataba y anhelaba Gustavo. Seguimos, en esta nueva época, de modo equivalente a aquella en que nos iniciamos. Pero seguimos en paz, la paz que el mundo no puede dar ni tampoco quitar, acompañados y acompañando, con un inmenso dolor por tanto sufrimiento inmerecido, por tanta muerte antes de tiempo, y con alegría y agradecimiento al comprobar que donde abunda el pecado sobreabunda la gracia y que podemos vencer al mal a fuerza de bien, como Jesús y con su Espíritu.



[1] “A los 50 años”, ITER. Revista de Teología, Número 80-81 Septiembre-Diciembre 2020 (en prensa)

[2] No sé si será el folleto de Gustavo publicado en esa “editorial” en 1969

[3] La publicación se titulaba Fe cristiana y cambio social en América Latina. Sígueme, Salamanca 1973

[4] Editorial Sígueme

[5] Sígueme,1990,194-214 y 214-226

[6] Oc 227-243

[7] Oc 268-277

[8] Oc 300-304

[9] Oc 325-331 y 331-334

[10] Más concretamente, se habían hecho maoístas los dirigentes y pretendían que se hiciera todo el grupo. A mí me tocó bregar porque no se plegaran y mantuvieran su orientación cristiana

[11] Sobre todo La cultura del Barrio. Gumilla/Ucab, Caracas 2004; El cristianismo como comunidad y las comunidades cristianas. Miami, Convivium Press 2008 y Echar la suerte con los pobres de la tierra. Gumilla, Caracas 2015

[12] Nos comprometimos a hacer un número conjunto sobre espiritualidad de la liberación que publicó Christus en México n° 530, 1979, Páginas en Lima (Espiritualidad de la liberación. Lima: CEP,1980)

[13] González Faus me escribe que no fue Sobrino sino Javier Jiménez Limón, el teólogo mexicano fallecido prematuramente cuando estaba en su mejor momento Puede ser que me falle la memoria

[14] El texto salió publicado en CEP, Lima 1982 con el título de Arguedas/ historia, mito y religión. Fue lo primero que se publicó de mi tesis. En 1987 CEP me volvió a publicar otro libro con las novelas mexicanas que analizo y que tituló:  Cristianismo e historia en la novela mexicana

[15] ITER,25,2001,109-136

[16]463,1984,122-125

[17] Oc 122

[18] Beber en su propio pozo. CEP, Lima 1983, 203, 204

[19] ITER oc 132-133

[20] Trigo, “Discernimiento de la nueva época desde América Latina”. RLT, Set-dic 2020,247-281

[21] Comblin/González Faus/Sobrino, Cambio social y pensamiento cristiano en América Latina. Trotta, Madrid 1993,15-16

[22] Oc 297-317

[23] CEP, Lima 1979

[24] En busca de los pobres de Jesucristo. CEP, Lima 1992; Sígueme, Salamanca 1993

[25] Centro de Reflexión Teológica, México 1979

[26] ITER 11, 1995,116-183

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