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Amerindia lanza II Congreso Continental de Teología

[Autor Prueba]

II CONGRESO CONTINENTAL DE TEOLOGÍA
NOTA DE PRENSA | 24 DE MARZO DE 2015
 
Amerindia lanza II Congreso Continental de Teología
“Iglesia que camina con Espíritu y desde los pobres” es el tema del II Congreso Continental de Teología, organizado por Amerindia, que tendrá lugar en la ciudad de Belo Horizonte, Brasil, del 26 al 30 de octubre de 2015.
Después del Congreso de 2012 (São Leopoldo, Brasil), que movilizó a la comunidad teológica latinoamericana, el II Congreso “pretende continuar esta movilización, en un momento eclesial nuevo que ha generado cambios en la agenda pastoral y teológica universal”, referidos a la ecclesiasemperreformanda. Para ello, el Congreso tendrá como destinatarios no sólo a teólogos y teólogas profesionales, sino a las comunidades cristianas del Continente.
Dentro de algunas semanas estará disponible la web oficial del Congreso, desde donde será posible realizar el proceso de inscripción y obtener informaciones para la participación en los talleres y para la presentación de comunicaciones científicas. También a través de las redes sociales, tanto por Twitter (@Amerindia_Cont) como por Facebook, Amerindia continuará comunicando los detalles del proceso de preparación del Congreso. 
El lanzamiento del II Congreso Continental de Teología coincide con la celebración del 35º aniversario del martirio de Mons. Oscar Romero, quien será beatificado el próximo 23 de mayo.
A continuación, se puede acceder a las principales informaciones del Congreso (objetivos, metodología, lugar, inscripciones, etc.). 
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El testimonio de Monseñor Romero

[Gustavo Gutiérrez]

Martes, 24 de marzo de 2015 | 4:30 am
Análisis
Gustavo Gutiérrez
Sacerdote-Teólogo
 
El 23 de mayo próximo tendrá lugar el reconocimiento de Mons. Oscar Romero como fiel testigo (es el significado de la palabra ‘mártir’) de la vida y mensaje de Jesús de Nazaret. Dicho reconocimiento tiene dos momentos principales; la beatificación que lo declara beato, es decir feliz, una felicidad que surge de la voluntad de vivir según los Evangelios, y la canonización, la aceptación plena de su santidad, y su definitiva presentación como un modelo a seguir para los cristianos de nuestro tiempo.   
El proceso de beatificación y canonización del arzobispo de San Salvador no fue fácil. El pueblo salvadoreño y latinoamericano, en general, vio rápidamente su santidad y su entrega; san Romero de América Latina lo proclamó, tempranamente, el obispo y poeta Pedro Casaldáliga; pero hubo resistencias y dilaciones de parte de quienes aducían que, todavía, no era prudente hacerlo; lo veían como una persona incómoda, o no comulgaban con el sentido de su predicación. Dificultades hoy superadas por el Papa Francisco al reabrir el caso Romero. Caso que se inserta en una larga y dolorosa historia, de signo martirial, vivida por muchos en el continente desde hace 50 años; y a la que nuestro propio país no ha sido ajeno. La inmensa mayoría de las víctimas fueron personas solidarias con los pobres. 
Romero no buscó el martirio, lo encontró en el camino de su fidelidad a la entrega de Jesucristo. Con sencillez dijo temer que lo mataran –algo que todos temíamos–, pero se negaba a dejar a su pueblo saliendo del país. En los días siguientes a su asesinato (24 de marzo 1980) era impresionante ver las interminables colas para ver y orar junto a su cuerpo en la catedral.
Lo hacían en silencio ante quien puso su vida al servicio de ellos, los había respetado como personas y comprendido sus sufrimientos. El domingo 30 tuvo lugar el entierro, pero una violenta interrupción, intencionalmente provocada, dio lugar a una gran confusión y pánico entre los miles de personas presentes en la plaza, dejando el saldo de varias decenas de muertos, la mayoría por asfixia y otros por disparos. En esas circunstancias, varias horas después, y casi a escondidas, Mons. Romero fue enterrado en la catedral por las pocas personas que permanecían en ella.  
Romero fue ante todo un predicador, preparaba  –y escribía– sus homilías con sumo cuidado; las tenemos hoy recogidas en varios volúmenes. Una voz escuchada en todo el país. Su prédica reclamaba una sociedad justa, respetuosa de todos sus ciudadanos, dado que solo así, según la Biblia, puede haber paz, pero con un importante acento en los derechos de los pobres y oprimidos, como lo hizo Jesús. En la línea de “una Iglesia pobre y para los pobres”, recordada por el Papa Francisco. 
Este propósito tiene la frescura del evangelio, pero puede ser muy costoso. La muerte del arzobispo fue resultado de un asesinato, crimen provocado por su firme actitud de pastor que no calló ante el maltrato a un pueblo víctima de injusticias y vejaciones cotidianas, un pastor que el día anterior suplicó –y ordenó– a los soldados que no disparen contra el pueblo. Mons.
Romero no intentó ponerse por encima de todo y de todos proclamando una pretendida universalidad del amor de Dios, colocándose en una cómoda abstracción, en un ángulo muerto de la historia para verla pasar sin comprometerse con ella. A esta evasión de la realidad –y del Evangelio– se refería cuando decía “es muy fácil ser servidores de la palabra sin molestar al mundo, una palabra muy espiritualista, una palabra sin compromiso con la historia, una palabra que puede sonar en cualquier parte del mundo, porque no es de ninguna parte del mundo”.  
Pastor cercano a su pueblo, Romero no tomó ese camino; su palabra quiso encarnar el Evangelio en la vida de su pueblo, en la de todos nosotros. Veía a la Iglesia como una comunidad “que haga sentir como suyo todo lo humano y quiera encarnar el dolor, la esperanza, la angustia de todos los que sufren y gozan, esa Iglesia será Cristo amado y esperado, Cristo presente”. Esa es la razón de su insistencia en la justicia, la entendía como parte capital del mensaje cristiano, no tenerla en cuenta, no practicarla, es rechazar una afirmación bíblica fundamental. De este modo, el reconocimiento del testimonio martirial de Oscar Romero amplía y enriquece la noción clásica del martirio. 
 

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Predicamos a un Cristo Crucificado y Resucitado - Meditaciones de Semana Santa

[Autor Prueba]

Juan Pablo Espinosa Arce
 
La Semana Santa constituye el corazón del año litúrgico cristiano, es más, en ella tiene razón de ser nuestra propia fe. El acontecimiento histórico de la pasión, muerte y resurrección de Jesús representa un hecho totalmente novedoso tanto en la forma de entender a Dios como en la manera de comprender quién es el hombre y cuál es su vocación definitiva. Lo que haré será presentar brevemente algunas meditaciones en torno al Domingo de Ramos y a los días del Triduo Pascual (Jueves, Viernes y Sábado Santos). 
 
1. Domingo de Ramos: Entre gritos y palmas
“Llevaron el burrito a Jesús, le echaron encima sus mantos y Jesús se montó. Muchos alfombraban el camino con sus mantos, otros con ramos cortados en el campo. Los que iban delante y detrás gritaban: ¡Hosana! Bendito el que viene en nombre del Señor. Bendito el reino de nuestro Padre David que llega” (Mc 11,7-10) . Una de las constantes de la última Semana de Jesús es que hubieron muchos gritos: en la entrada mesiánica, en la expulsión de los mercaderes (Sinópticos), la noche del arresto y la mañana del juicio y de la muerte. El anuncio de la resurrección creo que se expresó también en un grito, mezcla de alegría, temor y desconcierto.
¿Tiene derecho el Pueblo de Dios a gritar? ¿Es una actitud contraria a la fe o es quizás propia de nuestro ser profetas, función obtenida en el bautismo? Los adherentes al profeta de Nazaret expresaron su alegría (y su indignación contra el poder del Imperio) y su esperanza en el “Reino que llega” con sus gritos y las ramas de palma. El día de triunfo del domingo, para nuestra liturgia, tiene un añadido: “Domingo de Ramos en la pasión del Señor”. ¿Qué es pasión? Es padecer, sufrir, comprometerse hasta las últimas consecuencias. Si bien es pasión en el sentido de morir, creo que también es la pasión de Jesús por su pueblo. En otro texto se nos cuenta que Jesús llora por Jerusalén. Jesús es un apasionado, un profeta que grita el Reino. Apasionado por Dios por también por su pueblo. 
El Hosana es un grito de júbilo, pero a la vez es una expresión de lo escatológico, de lo que viene y que es esperado. El Reino viene a sub-vertir la muerte de la Cruz y a transformar el sin sentido en Resurrección y “vida en abundancia” (Jn 10,10). Así, este Domingo de Ramos cuando en nuestras comunidades alabemos al Mesías que llega recordemos los gritos de alegría y de esperanza del pueblo. 
 
2. Jueves Santo: Amor hasta el extremo
“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que llegaba la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Así comienza el Evangelio de la Misa Vespertina de la Cena del Señor, el relato del lavado de los pies. En la noche psicológicamente más tormentosa de la humanidad de Jesús, él mantiene su amor (su pasión) hasta el extremo. El paso al Padre (paso es Pascua) conlleva una kénosis (en la Encarnación Jesús se abajó, se humilló dirá Filipenses 2,6-11) la cual esta noche se palpa en su hincarse y lavar los pies de los suyos, tarea que sólo la realizaban los esclavos (Filipenses volverá a repetir esto de Cristo esclavo/siervo). 
 
El Jueves Santo es el día de las ‘implicancias eclesiales’. ¿Qué es esto de implicancias/implicarse? El diccionario nos dice que implicar es comprometerse, ‘acarrear a otros’, ‘responsabilizarse’. Con el gesto del lavado de los pies Jesús está queriendo implicar a su comunidad en el trabajo de los servidores. Así, si la Iglesia de Jesús no se hace ‘esclava’ o ‘servidora’ es que no aprendió nada de la noche del Jueves. Es más, Jesús al momento de lavar los pies al escurridizo Pedro le recuerda ‘si no te lavas los pies no tienes parte conmigo’. Tener parte con Jesús no es otra cosa que responsabilizarse del otro, de compadecerse = compartir el dolor, la pasión. La Iglesia así debe ser una apasionada por Jesús y por su Pueblo. 
 
3. Viernes Santo: 
“… no tenía ni presencia ni belleza que atrajera nuestras miradas ni aspecto que nos cautivase. Despreciado y evitado de la gente, un hombre habituado a sufrir” (Is 53,2-3). La conmovedora y cruda primera lectura de la liturgia de la Pasión del Señor de este Viernes, nos coloca en sintonía de lo que viviremos esta tarde. La teología nacida en el continente latinoamericano tuvo la sensibilidad de comprender que hay masas sufrientes que hoy están crucificados. Mujeres violentadas, los no nacidos, adultos mayores con pensiones de miseria, educación fundada en el lucro, intolerancia religiosa/sexual/cultural, pobres en nuestras calles, son esos rostros que ‘no tienen aspecto’, que ‘no nos cautivan’, esos que están ‘habituados a sufrir’. 
 
El drama de la Cruz de Jesús sigue actualizándose a diario a nuestros países y comunidades. Siguen enfrentándose el dios de los fariseos con el Dios de Jesús y de los pobres, de los apasionados por el pueblo. El Viernes Santo es el día del silencio, del callar ante la ignominia del sufrimiento humano. Es hacernos conscientes de que la Cruz aún está presente y que el deber de la Iglesia, si es realmente apasionada por el Reino, es bajar a los pobres de sus cruces.  Es simplemente vivir el principio misericordiaque se desprende el Evangelio. 
4. Sábado Santo: Día de la misión que comienza en los márgenes
“Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de ellos a Galilea. Allí lo verán, como les había dicho” (Mc 16,7). La noche de la Resurrección, “la madre de todas las Vigilias” como la llamó San Agustín, seremos confirmados en la misión que se dirige a los márgenes. El ángel/Dios mismo según la tradición bíblica, envía a las mujeres ¡sujeto socialmente marginado!, a anunciar a la Iglesia la gran noticia de la Resurrección. Y paradójicamente el envío tiene un lugar concreto: Galilea, los márgenes, la provincial considerada impura, pero el lugar del nacimiento de la proclamación del Reino. El ángel no las envía a Jerusalén o al Templo, ni a la sinagoga, las envía a Galilea. 
 
Con la Resurrección los cristianos recibimos el encargo de ser portadores de vida nueva y transformante. Con la vida que brotó vencedora del sepulcro las esperanzas defraudadas en el escándalo de la cruz renacen. Sobre el sepulcro de Jesús no cayó la corrupción. Él es el eterno viviente y contagia a los suyos en esa vida que no conoce ocaso.
 
 
La Semana Santa ha llegado nuevamente con su magia, su tradición y sus contrastes. Es el centro fundante de nuestra fe, entre gritos, desesperanzas y alegrías de resurrección. La Semana Santa nos debe afectar, urgir y provocar a ser testigos de este Cristo Crucificado y Resucitado. ¡Feliz Pascua de Resurrección!
 
Para la reflexión
 
1. ¿A qué me/nos comprometo/emos en esta Semana Santa?
2. ¿Qué actitud de Jesús durante esta semana me/nos impacta/n?
 
Juan Pablo Espinosa Arce
Lic. Educación, Profesor de Religión y Filosofía (UC del Maule, Chile)
Magíster© en Teología (UC, Chile)
juanpablo.231190@gmail.com
 

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Mons. Romero: exigencia, juicio y buena noticia

[Autor Prueba]

Como forma de seguir "haciendo memoria" y recordando a San Romero de América compartirmos el presente artículo que escribiera Jon Sobrino en Revista ECA (marzo 2000) UCA San Salvador y que ha sido publicado también y que se encuentra en http://servicioskoinonia.org/relat/224.htm (Relat)
Artículo
El 24 de marzo se celebró el XX aniversario del asesinato-martirio de Monseñor Romero, y las celebraciones han mostrado varias cosas que merecen una reflexión. La primera es valorar la presencia de Monseñor en estas celebraciones, veinte años después, a pesar de conocidos obstáculos. La segunda es preguntarse por su identidad, más en concreto, de dónde le vino a Monseñor la audacia para hablar como habló y vivir como vivió -lo cual le mantiene vivo hasta el día de hoy. La tercera es la exigencia a proseguir su causa, hoy y a lo largo de la historia, en medio de peligros de enterrarla y cooptarla. Y, por último, siempre queda la pregunta sobre qué, en definitiva, representa hoy Monseñor Romero para nuestro país y nuestro mundo.
Estas reflexiones están dirigidas a todos. Los creyentes, quizás, podrán captar mejor los matices de los conceptos y del lenguaje religioso. Pero pensamos que son comprensibles para todo aquel que trabaje por la vida de los pobres, y mantenga una esperanza. Lo mismo vale para las instituciones. En este escrito tenemos en mente más directamente a las iglesias, pero es evidente que cualquier institución (transnacionales, instancias políticas internacionales, gobiernos, ejércitos, bancos, partidos políticos, medios, gremios...) podrán y tendrán que preguntarse alguna vez qué hacer con Monseñor Romero, o acallar vergonzantemente la pregunta.
Y digamos para terminar esta breve introducción una palabra sobre el título. Monseñor fue una figura muy rica, que no puede sintetizarse en breves palabras. Nosotros nos hemos decidido por llamarlo “juicio”, “exigencia” y “buena noticia”. Que es “buena noticia” para los pobres de este mundo es evidente. También debiera serlo que Monseñor es una “exigencia” para todos nosotros a bajarlos de la cruz. Y, en su muerte, es también “juicio” a un mundo asesino que sigue produciendo muerte en los Grandes Lagos, embargo económico a niños, mujeres y ancianos en Irak, barbarie en Timor oriental y Chechenia. No está hoy muy de moda hablar de “juicio al mundo”, pero, sin recordarlo, la figura de Monseñor queda desfigurada y cooptada -como quedaría la del Cristo crucificado a quien recordamos en esta semana santa. Comencemos.
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